Pluralismo y narrativa clínica
REDES NEURONALES
“Al desarticular la rutina cotidiana, la enfermedad nos destierra de nosotros mismos, nos desampara”. Así comienza el libro de Luis Jorge Boone, Cámaras secretas (Siruela, 2022). El propósito inicial de este ensayo es considerar la enfermedad como relato, es decir, analizar la dimensión narrativa de lo patológico. A mi juicio, el autor da continuidad al famoso escrito de Virginia Woolf editado en 1926 por T. S. Eliot: Estar enfermo. Según la autora, cuando uno piensa acerca de los efectos de la dolencia en nuestras vidas se vuelve extraño “que la enfermedad no ocupe un sitio entre los temas principales de la literatura, al lado del amor, la guerra y los celos. Uno pensaría que hay novelas dedicadas a la influenza, odas a la neumonía, poemas líricos al dolor de muelas”. Pero no es así, dice Woolf, quien se lamenta por la pobreza del lenguaje frente a la enfermedad. “En el idioma inglés, que puede expresar los pensamientos de Hamlet y la tragedia del rey Lear, no hay palabras que describan el escalofrío o la jaqueca; el lenguaje ha crecido en una sola dirección. La más simple alumna enamorada tiene a Shakespeare y a Keats para hablar por ella; pero si a un doliente se le ocurre describirle al médico su dolor de cabeza, el lenguaje se marchita de inmediato”.
ESTAR ENFERMO, DE WOOLF, aparece como una protesta frente a la indiferencia de la literatura ante la complejidad fenomenológica de la enfermedad. En su escrito se desdibujan las fronteras entre lo físico y lo mental: el padecer es psíquico y corporal a la vez, porque afecta en su totalidad el estado del ser. A diferencia de los relatos testimoniales centrados en la autobiografía, la británica presenta un relato de sus pensamientos verbales: es una narración que trata acerca de los estados reflexivos de su consciencia durante la vivencia de estar enfermo. En Cámaras secretas, Luis Jorge Boone transita esos caminos y desarro-
lla un entendimiento lleno de asombro acerca del cuerpo y el dolor, y de manera inusual, es capaz de inscribir esa comprensión asombrada en las páginas del libro, mediante claves verbales.
Boone pone en palabras una historia abstracta: la historia clínica de la consciencia frente al dolor y el sufrimiento del cuerpo, en un sentido general. La primera sección del libro, "Diagnosis", aborda el tránsito del enfermo desde la incertidumbre hacia la conceptualización progresiva de lo patológico, mediante un proceso diagnóstico que incluye conceptos médicos pero también las experiencias repetidas que convierten al paciente en experto de su propia condición. “Postrado, el enfermo anhela, busca un movimiento que dependa de su voluntad, lo necesita para sentir que su vida no le ha sido arrebatada del todo. El diagnóstico es el primer paso en esa dirección. Con él, puede ubicarse dentro del mapa de su mal, pero también en el de su recuperación: se convierte en paciente, ya no se desconoce, sino que se reconoce extranjero de sí mismo”. La segunda sección del libro, "La lucha con el ángel", aborda las conexiones entre el cuerpo y la literatura a través de algunos escritos contemporáneos: El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, del neurólogo Oliver Sacks; Nuestro lado oscuro, de la psicoanalista Élisabeth Roudinesco; Moneda de tres caras, del poeta Francisco Hernández, o el poema "Fiebre", de David Huerta. Con estas referencias, Boone construye un diálogo transdisciplinario. La tercera sección del libro, titulada "Breve antología del amor crepuscular", recupera los problemas que Francisco González Crussí planteó en La enfermedad del amor, es decir: el análisis del mal de amores. La cuarta sección del libro, "Obra negra", nos presenta “un recorrido por un hospital imaginario cuyas salas se encuentran en la realidad”.
En ese lugar imaginario encontramos las historias clínicas de Sylvia Plath, Roberto Bolaño, Carson McCullers, Tomas Tranströmer, Ricardo Piglia y la trayectoria de María Luisa Puga hacia su entrañable Diario del dolor. En el capítulo "Expediente de seguimiento", Boone narra la relación entre una enfermedad osteomuscular y el desarrollo de su escritura poética.
FRENTE A LA BRUSCA REALIDAD de las enfermedades, muchos de nosotros hemos buscado el amparo de la literatura, como si pudiera darnos un consuelo cuando la ciencia de lo patológico había llegado a un límite. Me explico: la investigación científica se desarrolla tras muchas décadas; al final ganamos conocimientos útiles para sanar enfermedades y aliviar el sufrimiento. Sin embargo, la realidad clínica no descansa. A diario surgen preguntas y enigmas para los clínicos y sus pacientes. Cada día encontramos motivos para la reflexión ética. Todos los días hay personas con dolor incurable o inexplicable. A la espera de una resolución, muchos de nosotros —enfermos, clínicos, científicos, lectores o escritores— hemos recurrido a la literatura para buscar el sentido de lo inevitable, para hilvanar nuestras experiencias de lo patológico en el contexto más amplio de nuestras vidas. Así ha surgido la tradición literaria de la narrativa clínica: es un esfuerzo artístico frente a la necesidad de construir el sentido vital.
Algunos libros del género se ubican en la frontera entre el reporte científico y la narración clínica: allí encontramos a Alexandr Luria, a Oliver Sacks, a Antonio Damasio y a Francisco González Crussí. Hay obras testimoniales, como los trabajos pioneros de Gérard de Nerval o los trabajos contemporáneos de Marsha Linehan, Kay Jamison o Siri Hustvedt, que reflexionan sobre los padecimientos mentales desde la experiencia misma del padecer. Cámaras secretas, de Luis Jorge Boone, explora una frontera diferente: el libro aparece en el límite de la poesía y el ensayo literario. Como si tuviera un microscopio para amplificar los procesos de la creación literaria, Boone estudia con atención minuciosa el nacimiento de metáforas que nos ayudan a entender la vivencia desconcertante del padecer.
Mediante sus Cámaras secretas, Boone nos muestra que el entrecruzamiento de la enfermedad, el cuerpo y la literatura genera puntos de vista multifacéticos sobre la experiencia clínica, incorporando la perspectiva de quienes sufren. La tradición de la narrativa clínica encarna la tensión entre perspectivas diversas en el campo de la salud, incluso historias que desafían abiertamente la perspectiva médica. La narrativa clínica defiende el diálogo y el pluralismo frente a las visiones estereotipadas de la experiencia humana, ante las ideologías reduccionistas, frente a los discursos del mercado o las posiciones autoritarias. Al provocar el entendimiento entre visiones opuestas, las artes narrativas pueden actuar, quizá, como instancias mediadoras o pacificadoras.