A siete días del temblor, una ciudad herida

A siete días del temblor, una ciudad herida
Por:
  • carlos_olivares_baro

Han transcurrido siete días de la alarma que cambió la vida de 20 millones de seres humanos que viven y trabajan en la Ciudad de México. La una es una hora común: entra el día a su segundo respiro, pero una alarma puede cambiar la usanza. Alarma ponzoñosa, repetitiva y disonante que esta vez se confundía con la del simulacro. 19 de septiembre de 2017: 32 años de la catástrofe de 1985.

Y aquí está la ciudad con su lesión, con su dolor de espaldas, con sus ojos lagrimosos por la carcoma. No hay niños en los parques. La sonrisa es un compromiso postergado. El llanto, una conmiseración prometida. Ciudad envuelta en la bruma. Ciudad vestida con penachos patrióticos recientes en verde, blanco y rojo. Ciudad humedecida por el aguacero imprevisto. Las muchachas no corretean sobre las areniscas de sus gestos: las muchachas aguardan en la encrucijada. Ciudad herida. Todavía resuena la alarma. Un rencor vivo bramando del vientre de la tierra quebró hace siete días el silencio de la siesta.

Los datos: 194 muertos, 38 edificios colapsados, 155 construcciones en riesgo, 69 personas rescatadas de los escombros, 25 mil damnificados en albergues. Otros datos: 20 millones de seres afectados por turbación, 500 pares de ojos esperan por los cuerpos de sus familiares frente a los restos de varias construcciones, 52 niños en la colonia Roma preguntan por sus padres. Un dato: Una niña besa a un oficial de la Marina a un costado de un edificio derrumbado.

“Yo tengo mucho miedo. ¿Cuándo se acabará todo esto? No duermo: me hago la dormida para que los niños se duerman”: María Concepción, albergue Deportivo Benito Juárez.

Camino por Insurgentes: en la esquina de Río Churubusco se impone la Torre Manacar que acaba de ser levantada. Se refleja en sus ventanas plateadas todo el trajín de Río Mixcoac y de Popocatépetl. Esa mole de hierro y cristales aguantó. ¿Qué se sentirá allá arriba con los 7.1 Richter del azote del martes 19? La Atalaya onduló en el aire como un pájaro potente sobre la metrópoli. “Va a ser difícil que yo supere el temor. Una pared se me vino encima, pude esquivar una viga y salí. El edificio está en la categoría de riesgo de colapso. Veo un edificio y creo que se va a caer sobre mí”: Alejandra Alburno, albergue DIF Benito Juárez.

Álvaro Obregón 286: la esperanza de vida no muere. El amor es una aspiración de vida: un revestimiento de la vida, un apetito de vida. “Amar es un proyecto que incluye el amor por la vida como objetivo primordial”: Jean Paul Sartre.

“Ahí, en esos restos, está mi hermano. Pensar que está debajo de toda esa maraña de cal y cemento y varillas y ladrillos me aturde”. Julio Antonio Lombida, Hermano de víctima

“Ahí, en esos restos, está mi hermano. Tenía aquí su pequeño despacho, no sabemos nada de él: salió el martes 19 muy temprano a un asunto de trabajo. Su celular manda a buzón. Pensar que está debajo de toda esa maraña de cal y cemento y varillas y ladrillos me aturde”, narra Julio Antonio Lombida y contiene el llanto. Cuando apunta hacia el edificio de Álvaro Obregón 286  los ojos se le nublan, tiemblan sus rodillas. Lo abrazo. De este edificio rescataron a Lucy Zamora y a su compañero de oficina, Isaac. Todavía continúan atrapados 44 cuerpos, se especula que 13 de ellos pueden estar con vida. Los familiares esperan.

En la Condesa el silencio se impone en las fondas fashions hasta ayer llenas de jóvenes modelos, artistas de la televisión, pintores, ejecutivos de publicidad, cantantes juveniles de moda, escritores locales y “niñas bien” de las Lomas.Zona exclusiva con departamentos de rentas elevadas y altos precios por metro cuadrado en los terrenos. El barrio del “encanto”: vivir en la Condesa: muestra de prestigio y hasta de poder. Hoy es una de las zonas más afectadas con inmuebles en riesgo por el temblor del fatídico martes 19 de septiembre.

“Todo el ambiente festivo se puede ver afectado. Hemos tenido una merma considerable de clientes en la cafetería y en el restaurante durante toda la semana. Se acabó el glamour de la Condesa. Se acabó”: mesero de un restaurante de la calle Nuevo León, quien prefirió ocultar su identidad.

“Me vi obligado a venir a este albergue donde me siento protegido. Vivía solo en un departamento de una recámara en la colonia Portales, el edificio de 4 pisos está muy mal: nos obligaron a desalojar. Soy un anciano pensionado del IMSS. Mis hijos están en Estados Unidos, nada sé de ellos. Aquí recibo mis medicamentos y comida caliente, están al tanto de mí. Hay aquí gente de la Cruz Roja y de la Marina. Quisiera recuperar mis pertenencias, sobre todo mi televisión… aunque por ahora lo importante es sobrevivir”: Albertino Maqueño, 85 años, albergue Foro Cultural Quetzalcóatl, Coyoacán.

En Tlalpan y Zapata el cordón militar no permite la entrada dentro del área de desastre. Hay un ambiente de tensión. Familiares reclaman. Rescatistas colombianos se afanan con cuerdas y arneses.

Veo a un matrimonio de ancianos llorando en rumoroso jadeo. Pregunto con cautela. El llanto se desborda: “Salimos por frutas, aquí, al mercado de Portales: allá nos sorprendió el accidente, entre los puestos de carnes, flores y frutas. Salimos corriendo, como pudimos, para acá…”, me miran. Callan. Se abrazan. Yo le acaricio a ella la cabellera negra. Prefiero alejarme. Un convoy ruidoso del Metro de la Línea Azul (dirección Taxqueña-Cuatro Caminos) pasa y no opaca el llanto de Juan José y Hermila, quienes perdieron su departamento y pertenencias el martes 19 de septiembre. Vaya día. Vaya rencor vivo de la tierra colérica.

Y llegan especialistas de España, Venezuela, Colombia, Israel… El mundo entero con México. El mundo entero en el abrazo. En calle Puebla alguien grita ¡Viva México!, exclamación que se propaga en un eco interminable. No hay indicio de patriotismo barato. ¡Viva México! por los muertos con el nombre de México. ¡Viva México! por los sobrevivientes. ¡Viva México! por la confianza que tenemos en México: una nación salpicada por la adversidad de este septiembre clavado en los párpados, hincando el corazón. ¡Viva México! para ahuyentar la muerte, para que la vida sea un reflejo del beso que una niña le dio a un oficial de la Marina el 24 de septiembre.

Zarpazos sobre el cuerpo de la ciudad: Zapata y Petén, Miramontes, Génova 37, Soriana de Taxqueña, San Antonio Abad, Puebla y Medellín, Colegio Rébsamen, Ámsterdam, Calzada del Hueso, Álvaro Obregón 286, Viaducto y Amores… Ciudad estropeada. Ciudad sacudida por 7.1 grados de áspero estertor.

El martes 19 de septiembre la tierra retumbó como sólo Dios sabe cómo y Dios sabe mucho de calamidades. “Cuando abrió el séptimo sello se hizo silencio en el cielo como por media hora. […] Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto.” (Apocalipsis, 8, 1- 5).

El cielo sigue siendo una acuarela con dibujos de animalitos que huyen de las centellas. El techo del mundo protege a una urbe embalsamada con el espinazo quebrado en el ojo del espanto. Siete largas jornadas. Derrame de querencia por los cuatro meridianos. Ojos insomnes en la volcadura de las devociones. Ciudad herida abrasada por los pañuelos del amor solidario.