9 de julio: bicentenario argentino (y amnesia mexicana)

9 de julio: bicentenario argentino (y amnesia mexicana)
Por:
  • horaciov-columnista

El pasado sábado se cumplieron 200 años de la consumación de la independencia de Argentina (entonces, de las Provincias Unidas en Sud América). Aquí algunas reflexiones sobre cómo la Historia ha evaluado de manera distinta el proceso de la consumación de la independencia en Argentina y en México, así como el uso (o no) que distintos gobiernos le han dado al nombramiento de calles, plazas o monumentos en las ciudades.

 Congreso de Tucumán. El proceso de consumación de la independencia argentina no fue nada sencillo. Un grupo de provincias, pertenecientes a la Liga Federal —entre las que se encontraba la Banda Oriental, liderada por José Gervasio Artigas, prócer de la independencia uruguaya—, enfrentadas con Buenos Aires, decidieron no asistir al congreso constituyente. Otras provincias, como La Paz, Potosí o Cochabamba, no pudieron enviar delegados, al ser reconquistadas por los realistas españoles. Reunir al constituyente en Tucumán ofrecía una ubicación estratégica: en el centro del anterior territorio del virreinato (las provincias patagónicas tardarían varias décadas aún en incorporarse políticamente al Estado argentino); lejos de Buenos Aires, pero también de la influencia de Artigas; y custodiada por el Ejército del Norte. Treinta y tres diputados —en su mayoría abogados y sacerdotes, y una minoría de militares—, representando a catorce provincias, aprobaron por aclamación el acta de la independencia el 9 de julio de 1816. Sobre la forma de gobierno, hay que recordar que, en aquellos días, sólo existía como sistema republicano Estados Unidos, y que era fácil caer en la solución monárquica. Inclusive, en los días previos al 9 de julio, Manuel Belgrano, prócer de la independencia argentina, propuso una monarquía parlamentaria con un descendiente de la casa de los incas al frente. La propuesta, por supuesto, no prosperó.

Lo que sí prosperó fue conmemorar la consumación de la independencia por cuanto medio fuera posible. No solamente la principal avenida de Buenos Aires —con 140 metros, la más ancha del mundo y uno de los íconos urbanos planetarios más reconocidos, donde se encuentra un gran obelisco— se llama 9 de Julio, al igual que una estación del metro (subte) y una localidad en la provincia de Buenos Aires. No hay capital provincial o ciudad importante en Argentina en la que alguna calle céntrica no lleve esa fecha en su nombre.

 ¿Y en México? En la historiografía oficial dominante en el país, se ha puesto prácticamente todo el énfasis en el inicio de la lucha por la independencia, y muy poco en su consumación. Todo mexicano está familiarizado con el ritual anual del “grito” de la noche del 15 de septiembre (costumbre, como se sabe, instaurada por Porfirio Díaz, ya que el 15 era su cumpleaños) y el desfile militar del día siguiente. Por todas partes hay plazas, calles, monumentos y referencias al 16 de septiembre y a los iniciadores de la independencia: Hidalgo, Allende, Aldama, la Corregidora, y al prócer de la etapa siguiente, José María Morelos; en 1910 el régimen porfirista organizó tremendos fastos celebratorios del centenario, con ángel incluido, tan sólo unas semanas antes de que se desatara otra revolución de gran calado histórico para el país; en 2010 se celebró y se machacó que se cumplían “200 años de independencia”… y en todo ese camino se ha tratado de ocultar o hacer olvidar que aquello fue apenas el inicio de una guerra que duró once años para conseguir su objetivo. De la fase final de ese proceso, en todo caso, sólo se ha buscado resaltar el Plan de Iguala y las Tres Garantías (religión, unión e independencia), por el que Vicente Guerrero (él sí con calles, plazas y hasta un estado con su nombre, como Hidalgo y Morelos) aceptó sumar fuerzas por la causa independentista con su otrora enemigo Agustín de Iturbide (quien a duras penas merece algunas pequeñas calles en algunos lugares), y no dar su lugar a los definitivos Tratados de Córdoba, firmados por el propio Iturbide y el último virrey español, Juan O’Donojú, por los que se reconocía la independencia. El que Iturbide haya sido posteriormente aclamado emperador y luego terminara en desgracia acabó por determinar que del 27 de septiembre de 1821 mejor no nos acordemos. ¿Dará tiempo de que, con miras al año 2021, se pueda dar su justo lugar a la figura histórica de Iturbide y nuestro país, de alguna manera, conmemore el bicentenario de su independencia efectiva?

hvives@itam.mx

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