Acoso

Acoso
Por:
  • valev-columnista

Marta Lamas consideró esencial reproducir íntegro el manifiesto francés “Defendamos una libertad de importunar, indispensable a la libertad sexual”, que sirve como epílogo de su libro Acoso (FCE, 2018).

Sigo sin entender por qué debería existir la libertad de importunar o por qué, en todo caso, es una prioridad al escribir sobre acoso. Está claro que la autora pretende hacer distinciones: no es lo mismo un piropo (costumbre cultural, dice Lamas) que el acoso sistemático, o la violación o el acoso moral. También está claro que el acoso ha servido como una palabra para aglutinar prácticas machistas, agresivas o discriminatorias. Lamas habla de un discurso “hegemónico” que nos llega de Estados Unidos, como parte de la “americanización de la modernidad” y cita a varias teóricas que sostienen que el activismo feminista estadounidense contra la violencia sexual avanza veloz hacia el puritanismo y el victimismo, y se basa en una triada incuestionable: “la inocencia de las mujeres, el daño que sufren y la inmunidad de los hombres”.

Las guerras en torno a la sexualidad existen entre Estados Unidos y Francia desde hace décadas y también dentro de los feminismos, que se han atomizado.

Por suerte, Lamas reconoce que el acoso en México es “más que una importunación torpe”, un peligro para la vida.  Insiste en que el victimismo y mujerismo domina el discurso sobre acoso. Sin duda, caer en dualidades kantianas (mujeres buenas, hombres malos) no sirve, pero al hacer el recuento de los daños, es torpe pedirles a las víctimas (mujeres en mayoría estadística) que reconozcan que a veces son agresivas, acosadoras y que también han dañado a otras personas.

Acierta en su intento de clasificar comportamientos de más graves a menos graves, aunque se burle un poquito de una mujer que se “sintió violada” con la mirada. Le pregunté a muchas adolescentes qué opinaban de esa frase. Todas dijeron haberlo sentido, pero ninguna pretende que se meta a la cárcel a quien las miró así.

Hablar de las ganancias secundarias de la víctima es otra torpeza de Lamas en el contexto nacional. Entiendo el punto del odio: si siempre somos y seremos víctimas, no existe reparación posible del daño y se pierde la oportunidad de un cambio cultural. Lamas cita a Elena Larrauri: “Parece existir la convicción de que quien duda de algunas de las medidas sugeridas para atajar la violencia doméstica es porque no se toma suficientemente en serio el dolor de las víctimas”.

El ensayo de Lamas está plagado de aclaraciones como la anterior: sí se da cuenta, le parece grave la situación mexicana, sabe que las autoridades no imparten justicia y que por eso las denuncias informales de acoso han proliferado en las redes sociales. Sin embargo, argumenta para una minoría privilegiada: para las feministas radicales que escriben y generan discurso. Un ensayo más dirigido a las mexicanas de a pie y menos a las académicas y activistas hubiera estado bien, habría sido más útil.