¡Ah, Lituania!

¡Ah, Lituania!
Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

El artículo de Jorge Fernández de hace unos días, en Excelsior, invita a pasear de nuevo por la reforma fiscal. Matiza, concreta, puntualiza, argumentando en varias direcciones. Dice que el mayor problema hacendario del país es la economía informal, dice que sólo es posible “incorporar a los informales al esfuerzo fiscal” mediante impuestos al consumo: propone un IVA generalizado y relativamente alto, y un impuesto sobre la renta más bajo, “para que la gente tenga dinero en las manos”, y lo dedique al consumo —y así aumenten los ingresos por IVA.

Está entendido, supongo, que “los informales” ya pagan IVA, en todo salvo alimentos y medicinas. De donde hay que inferir que lo que propone es o cobrar IVA en alimentos y medicinas, o aumentar la tasa general, incluyendo los impuestos en la frontera, colegiaturas y alimento para mascotas. No lo dice, pero imagino que en eso aplaude la reforma. En todo caso, es obvio que un aumento del IVA, o la generalización de la tasa básica del IVA tiene un impacto sobre el consumo mucho mayor que un aumento de la tasa máxima de ISR: aumentar en 16 por ciento el precio de alimentos y medicinas, que representan la mitad del gasto o más para la mayoría de la población, no es el modo de asegurar que “la gente tenga dinero en las manos”. Todo no puede ser.

En la parte más sustantiva dice que el régimen fiscal que preconiza, IVA generalizado y más alto, ISR más bajo, no es el de la OECD, pero sí de las “economías emergentes”. Y dice que no tiene sentido compararnos con los países más desarrollados, con Estados Unidos y Canadá por ejemplo, porque “nuestros competidores por mercados e inversiones” no son ellos, sino China, India, Rusia, Chile, Argentina, Bulgaria o Lituania (“una de las economías nuevas más exitosas del mundo”).

No me queda claro que Bulgaria sea nuestro competidor, y no Canadá, o que lo sea Rusia, pero no Estados Unidos. Como sea, valdría la pena preguntarnos por qué motivo los países centrales pueden tener altas tasas de impuesto sobre la renta, y aun así atraer y conservar inversiones. La respuesta no es obvia, no es sencilla, y desde luego el asunto no es trivial.

Algo más. Incluso suponiendo que los empresarios sean tan rapaces como sugiere el sentido común ambiente, es claro que la tasa de impuesto sobre la renta no es el único factor relevante para establecer una empresa, o invertir en ella. Las compañías mineras, por ejemplo, necesitan que haya minas, y las empresas agrícolas necesitan tierra y clima favorables para cultivar lo que sea: aguacates, frambuesas o guayabas. Las pesqueras necesitan costas. Pero eso es sólo lo más obvio —las mineras no se van a ir a Lituania, las pesqueras no se irán a Bolivia. Aparte de eso, hay muchos otros factores que cuentan: la ubicación geográfica para empezar, el nivel educativo de la población, la infraestructura existente. No estamos condenados a esa loca competencia a la baja en los impuestos, para recibir inversión.

Sobre los países con los que propone Fernández que nos comparemos, hay que decir que no tienen ni remotamente el mismo régimen fiscal. No supongo que su caso ejemplar sea China, de modo que lo pasamos por alto. Entre los que están más cerca, Argentina tiene una tasa máxima del ISR, para personas y empresas, de 35 por ciento —como la que acaba de aprobarse en México. Chile, con un modelo fiscal brutalmente regresivo, mantiene un ISR para las personas de 40 por ciento, y un impuesto especial sobre la minería entre 5 y 14 por ciento, que junto con los demás gravámenes lleva la carga fiscal cerca del 49 por ciento —seguramente Grupo México estaría encantado de que siguiéramos el ejemplo de Chile.

Me llama la atención el entusiasmo con que menciona a Lituania, y que la economía de un país de 3 millones de habitantes ofrezca el modelo.

Veamos. Igual que los demás países bálticos, padeció con particular intensidad la crisis de 2008, con una caída del producto interno superior al 15 por ciento en el primer año. El ejemplar programa de ajuste incluyó una reducción de 30 por ciento del gasto público, reducción de entre 20 y 40 por ciento de los salarios del sector público, y de 12 por ciento de las pensiones. Aun así, tiene una tasa de desempleo de 15 por ciento, de más del 30 por ciento entre los jóvenes, y en los últimos cuatro años ha visto emigrar a casi el 7 por ciento de la población. Tiene el índice de desarrollo humano más bajo de Europa, el coeficiente de desigualdad más alto. No se hundió definitivamente porque pudo echar mano de los fondos de la Unión Europea por un monto equivalente a 6.6 por ciento del PIB. En 2012 su economía creció un nada espectacular 2.7 por ciento —y según el economista ruso Mikhail Khazin, lo peor está por llegar, a mediados del año que viene.

Si ése es el aspecto del éxito, hay para pensárselo. Por cierto, lo que sí ha aumentado es el número de suicidios, Lituania tiene una tasa de 35 por cien mil habitantes. La más alta del mundo. Ah, Lituania.