Artículos ejemplares

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Por:
  • larazon

Escribir un artículo de opinión puede ser bastante trabajoso, sobre todo si uno no tiene nada que decir. Por fortuna, hay una serie de modelos que sirven para salir del paso en esos días en que uno no sabe ni por dónde empezar. Está, por ejemplo, y es muy socorrido, el lamento por la inmoralidad nacional: es de los más populares desde el siglo XIX y siempre puede repetirse sin que pierda eficacia. Cada día se publican en el país dos o tres versiones, y nadie se cansa.

Sirve de ejemplo un artículo de El Universal de hace unos días, firmado por Alejandro Páez Varela, porque sigue puntualmente todas las convenciones del género. El título es dramático y apremiante, como corresponde: “¿Quién nos rescatará, amigos?” De inmediato, uno que se sabe náufrago se apresura a leer. En el primer párrafo hay una larga y caótica enumeración de las desgracias que padecemos todos los días: infracciones de tráfico, violencia doméstica, corrupción de policías, impunidad de narcotraficantes, abusos de líderes sindicales… Es preferible el desorden, mezclarlo todo en un mismo párrafo, para que el lector caiga en la cuenta de que está mal todo, siempre, que nos ahogamos en un mar de inmoralidad. Porque ya sabemos que uno empieza por saltarse los altos y termina dedicándose al narcotráfico.

Conviene incluir una denuncia enérgica, fulminante y absolutamente vaga:

“Mi percepción… es que dentro de cada burócrata hay un ladrón hasta que demuestre lo contrario”. Ahí es nada. No hace falta más para acreditar la autoridad moral del autor, que se atreve a inculpar no a uno o dos, sino a todos los burócratas en masa, ¡ladrones todos! También es posible, y resulta muy vistoso, acusar sin acusar, pero con nombres y apellidos: “Para mí no hay diferencia entre los hijos de Zedillo que golpeaban y ofendían a ciudadanos, o los hijos del Chapo Guzmán”. Por supuesto, los hijos no tienen nada que ver: el chiste está en poner en la misma frase al presidente y el narco. Iguales, junto con los burócratas ladrones y los que se saltan el semáforo.

Para cerrar la lamentación siempre queda bien un gesto de contrición para que los lectores que hayan dado alguna vez una mordida se sientan reconocidos: “de este cochinero participamos muchos…”. Metidos en esa noche negrísima en la que los gatos no es que sean todos pardos, sino que ni siquiera se ven, cuando estamos a punto de ceder a la desesperanza, vemos la luz: “¿Quién nos rescatará? No aquél ni éste ni el de más allá: sólo nosotros mismos. Así que, ¡ánimo!, que la hora de reconstruir la República llegará. El sol nuevo tiene que brillar”.

Pruebe usted en casa la receta. Sirve para las cenas de compromiso, para sentar plaza de pensador profundo y patriota.

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