Aylwin

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Por:
  • horaciov-columnista

Hace unos días, el 19 de abril, falleció a los 97 años Patricio Aylwin. Aquí algunos comentarios sobre la vida política del primer presidente chileno (1990-1994) tras el retorno a la democracia, luego de los diecisiete años del infierno de Augusto Pinochet.

Aylwin en la transición chilena. En virtud de las disposiciones de la Constitución de 1980, en 1988 se tenía que celebrar un plebiscito para determinar si Pinochet se quedaría ocho años más en el poder. Ante muy distintas visiones dentro del conjunto de la oposición, sobre cómo enfrentar al régimen, se requería de un talento político inusual para canalizar las energías democráticas. Conglomerados políticos de izquierda lograron organizar la Concertación de Partidos por el No, que agrupó a diecisiete de ellos, de los cuales los más importantes fueron el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Socialista y el Partido por la Democracia. Dentro de los muchos nombres clave que destacan en esa generación de opositores chilenos se cuentan Genaro Arriagada, Clodomiro Almeyda, Ricardo Núñez, Manuel Mandujano, Ricardo Lagos y, por supuesto, Patricio Aylwin. Tras el sorpresivo triunfo del “no” en el plebiscito, un poco embebidos por el éxito, los opositores más radicales, que no tenían plena conciencia de los desafíos aún por enfrentar, fueron perdiendo espacio ante el peso de los demócrata cristianos y la moderación política e ideológica de Aylwin, convertido en vocero de la Concertación, y vencedor en las elecciones presidenciales del año siguiente.

Presidente Aylwin. Los militares chilenos no terminaron con el desprestigio que marcó a sus pares en otros países. Lo que es más: al darse la transición, prácticamente se encontraron en paridad de apoyos con las fuerzas democráticas. No fue fácil gobernar para Aylwin, en esas circunstancias. Mucho se le criticó por no negociar una “democracia plena” y permitir a los militares mantener varios enclaves autoritarios durante muchos años ya en el periodo democrático (Augusto Pinochet sería comandante en jefe del Ejército hasta 1998 y senador vitalicio hasta 2002 —figura que después desaparecería—), así como por no haber derogado, en su momento, la ley de autoamnistía con la que los militares justificaron su acción para hacerse del gobierno en 1973. Por otra parte, dado el éxito del modelo económico de la dictadura, éste prácticamente se mantuvo incólume. Bajo esas circunstancias, lo que Aylwin sí hizo muy bien —como lo refirió la presidente Michelle Bachelet en las exequias— fue aportar en la construcción de una cultura política democrática, en el marco de un país profundamente polarizado, generando los acuerdos posibles, más allá de los deseables. No sólo no desatendió, sino que fue para su gobierno una prioridad la agenda de restitución de derechos humanos. El conocido Informe Retting, una suerte de Nunca Más chileno, da cuenta de ello.

Con él, ya han muerto tres protagonistas de una generación que fue referente de las transiciones democráticas en Sudamérica: a Aylwin se le recordará con los honores que merecen el brasileño Tancredo Neves (fallecido en 1985, ni siquiera pudo asumir el cargo al que había sido electo ese mismo año) y el argentino Raúl Alfonsín (presidente entre 1983 y 1989, finado en 2009).

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