¿Boicotear a Israel?

¿Boicotear a Israel?
Por:
  • gabriel-morales

La semana pasada, como resultado de los acontecimientos en Gaza, escuchamos de nueva cuenta los llamados de activistas para apoyar el movimiento de Boicot, Desinversión y Sanciones (BDS) contra Israel como estrategia para luchar contra la ocupación israelí. Vale la pena revisar de qué se trata esta campaña y qué tan efectiva puede ser para conseguir el objetivo que se propone.

El BDS contra Israel está inspirado en un movimiento similar en contra del régimen de apartheid en Su-

dáfrica y propone presionar a empresas, instituciones y gobiernos a boicotear económica y culturalmente a Israel y así presionarlo para sentarse en la mesa de negociaciones. En el caso de Sudáfrica, los académicos aún debaten el efecto que tuvo el BDS para acabar con el apartheid. Sin embargo, cabe mencionar que el principal eje de este movimiento fue económico.

Si el movimiento tuvo algún efecto fue porque a mediados de la década de 1980 el Congreso estadounidense y gobiernos europeos decidieron prohibir la inversión en empresas mayoritariamente sudafricanas, afectando seriamente la economía de este país. Incluso el activismo en las universidades se concentró en presionar a las juntas directivas para no invertir en empresas sudafricanas. Aunque algunos sugieren que el boicot cultural sirvió para concientizar al mundo sobre lo que ocurría en este país, los efectos de este boicot son, si no nulos, inciertos.

El caso de Israel, sin embargo, tiene una lógica diferente. Hasta este momento el movimiento ha sido incapaz de promover un boicot económico. A diferencia de Sudáfrica, Israel cuenta con un sólido apoyo en el Congreso estadounidense y la UE; es por esto que el movimiento se ha reducido a un boicot cultural. Dejando de lado la naturaleza antisemita de varias de sus campañas (por ejemplo, boicotear a cantantes estadounidenses judíos que no tienen relación alguna con Israel), si el objetivo es presionar a Israel, el movimiento ha causado exactamente lo contrario.

Con cada campaña, el público israelí, que en sus ojos ve a un movimiento que no reconoce la responsabilidad palestina en el conflicto y que boicotea a las mismas instituciones culturales y académicas que, internamente, luchan contra la ocupación, se torna a la derecha. No hay fan más grande del boicot cultural que Benjamín Netanyahu, quien ha convertido la oposición al BDS en uno de los ejes de sus campañas. En resumen, el BDS será incapaz de promover un boicot económico que pudiera poner presión a Israel y continuará fortaleciendo a la derecha y aislando a la izquierda israelí.

Más importante aún, el BDS ignora la diferencia central entre el caso de Sudáfrica y el israelí: mientras en Sudáfrica el objetivo era presionar a un régimen racista, en este caso estamos hablando de un conflicto de dos partes, ambas con demandas legítimas, ambas indispuestas a ceder en puntos claves. En 2008 el liderazgo palestino rechazó una oferta de paz que le pudo haber concedido casi la totalidad de sus demandas. En 2015 Netanyahu rechazó establecer relaciones con el mundo sunita a cambio de la paz con los palestinos. La comunidad internacional debe traer a ambos actores a la mesa de negociaciones. Boicotear a estudiantes de intercambio y cancelar conciertos en Tel Aviv no servirá para cumplir este objetivo.