Carrillo Puerto

Carrillo Puerto
Por:
  • rodolfoh-columnista

Mi padre, tíos y tías nacieron y crecieron en el barrio de Santa Julia, en la calle de Carrillo Puerto, frente al antiguo Colegio Militar de Popotla. Ahí dio a luz a todos ellos mi abuela Raquel Dupont (sin cesáreas y amamantando a sus críos). La casa de mi abuelo, la casa familiar, sigue ahí, orgullosa, como la única casona que conserva el estilo porfirista de las primeras décadas del siglo XX.

Toda la historia de mi familia paterna gira en torno a ese lugar, ubicado en la frontera entre lo que fuera un barrio elegante y uno de los más bravos de ese México antiguo. Ahí, donde el famoso Tigre se convirtió en el ratero más famoso; y en el lugar que hace 500 años vio pasar a un Hernán Cortés devastado, quien detuvo su huida en un ahuehuete cercano, después de su única derrota ante los aztecas. “La noche triste” que tuvo que pasar antes de su grandiosa conquista.

Militares de alto rango, políticos, artistas, cantantes famosos y hasta Fidel y el Ché desfilaron por ese palacete, cuyo sabor se sigue disfrutando aun con el paso del tiempo. La Normal de Maestros está a unas cuantas cuadras, pero antes de que ésta se erigiera, mis parientes se paseaban tranquilamente por la ribera del río San Cosme. Y es que los originarios de Sahuayo hemos estado aquí desde siempre y en todas las gestas históricas. Por eso, los balcones de esa casa siguen ahí, con sus techumbres verdes de lona, dispuestos siempre para ver con respeto a los cadetes desfilar y para lo que siga.

Ya no queda nada del esplendor de ayer en ese vecindario; excepto esa vieja casa, el antiguo Colegio Militar y la parroquia de María Auxiliadora. Fuera de eso, el deterioro urbano más terrible se nota en todo el entorno y hasta en el olor y la inseguridad de sus calles. Pero esa morada fue testigo de muchas cosas; entre otras, de la infame matanza del Jueves de Corpus, en junio de 1971.

Sucedió en el México de Echeverría, que recién había dejado atrás Tlatelolco, pero también a las Olimpiadas, al Mundial, esplendor de la Zona Rosa y la contracultura de los 60. Era un país que chocaba con sus tremendas contradicciones históricas y sociales. Una nación que no despegaba a la modernidad porque estaba atrapada, y aún lo está, entre muchas realidades antiguas y profundas.

Fue un tiempo extraño, ése de los 70, en donde algunos fuimos muy felices, pero en el que se gestaron demasiadas cosas negativas. Un México en el cual la represión fue el tono de un gobierno dirigido por hombres premodernos, conservadores y con grandes limitaciones que no los justifican.

Hoy, increíblemente, los políticos de la izquierda populista desean emular a esos gobiernos autoritarios y omnipresentes. Yo me resisto a volver a esa presidencia autoritaria. Se percibe mucha desilusión y mucho agravio, pero nosotros, los que ya hemos visto mucho, estamos obligados a marcar el camino del progreso, y no el del retroceso.