Cine transgresor en La Habana

Cine transgresor en La Habana
Por:
  • larazon

Bertrand de la Grange

Lloran, aplauden, gritan… Los cines de La Habana, donde se proyecta en estos días la película Conducta, del realizador cubano Ernesto Daranas, se han convertido en la caja de resonancia de una sociedad frustrada ante la incapacidad del régimen de ofrecer soluciones a sus acuciantes problemas, más allá de una ineficiente “actualización del modelo socialista”, que es más de lo mismo.

Largas colas serpentean a lo largo de las calles 23 y L, el cruce más famoso de la capital cubana. Es martes y a las 13:45 horas no queda una butaca libre en el Yara, el mayor cine habanero, donde la película ya lleva tres semanas en cartel. En un país donde muchos no trabajan, y a dos pesos la entrada (1.20 pesos mexicanos), el cine es un buen escape al alcance de todos. La expectación que ha despertado Conducta, rebasa ampliamente a la de dos cintas que hicieron historia en la Isla: Alicia en el pueblo de maravillas, en 1990 —el régimen llenó los cines de policías y retiró la película a los pocos días—, y Fresa y chocolate (1993), cuyo estreno en televisión fue retrasado varios años.

Los protagonistas de Conducta son Chala, un muchacho de 11 años, hijo de una prostituta drogadicta, y Carmela, su maestra en edad de jubilarse. Los esfuerzos de Carmela por rescatar a su alumno de ese entorno sórdido, se estrellan contra unos burócratas que gestionan un sistema educativo ajeno a la realidad social.

Carmela es todo lo contrario. Es una maestra estricta, pero también capaz de romper las normas para ayudar a los chicos. A Chala, a quien saca sin permiso de una Escuela de Conducta (un reformatorio para menores delincuentes donde lo ha metido la inspección educativa), o a Jenny, hija de un inmigrante del campo que vive el drama de ser ilegal en su propio país, ya que las autoridades impiden la libre circulación de los ciudadanos. Jenny, una niña brillante, sufre marginación por ser “palestina” (procedente del oriente del país) y vive en el temor permanente a la deportación a su provincia de origen. Carmela se la juega al registrarla ilegalmente en la escuela.

Pero más allá de la trama concreta, Conducta describe la penosa cotidianeidad de los cubanos. La arbitrariedad, la rigidez burocrática, la corrupción de la policía, el hastío y la desesperación ante la falta de perspectivas. Hay una ciudad que se cae a pedazos —la fotografía es soberbia—, familias desatendidas, pobreza y miseria moral. Y hay, sobre todo, unos personajes conmovedores —sin caer nunca en el sentimentalismo fácil—, que no dudan en desafiar las reglas: es significativo que Chala se olvide siempre de ponerse el pañuelo rojo de “pionero” que todos los escolares llevan anudado al cuello, sobre la camisa blanca del uniforme.

El espectáculo está también en el patio de butacas. En una reunión de evaluación, una inspectora sugiere que Carmela debe retirarse porque “ya lleva demasiado tiempo” dando clases. La sala se viene abajo en aplausos con la respuesta desafiante de la maestra: “No tanto como los que dirigen este país, ¿te parece demasiado?”.

Los sucesivos desplantes de la profesora son celebrados con la misma espontaneidad. Por ejemplo, su empeño en dejar en el “mural de los símbolos patrios” una estampa de la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba, colocada por una alumna en homenaje a un compañerito fallecido. Mientras ella esté en ese aula, dice a las autoridades, la estampa se quedará donde está. No se trata de un gesto de religiosidad (Carmela no es practicante) sino de un rasgo de respeto hacia los sentimientos de sus alumnos.

La película es una denuncia del declive de la educación, una de las grandes banderas de la revolución cubana. Los sueldos miserables pusieron en fuga a los maestros, y el gobierno se vio obligado a improvisar un programa de “maestros emergentes” sin formación. El resultado ha sido desastroso. Por eso la gente se involucra tanto emocionalmente con el personaje de Carmela, una maestra “de las de antes”.

Llama la atención el hecho de que Conducta haya salido de los estudios estatales del ICAIC. Ya no es un secreto que muchos realizadores están abriendo brechas en un aparato cultural desconcertado ante el discurso reformista del presidente Raúl Castro y las exigencias de la sociedad.

¿Qué hacía en la cola del Yara el presentador de la Mesa Redonda, el programa más oficialista de la televisión cubana, que repite día tras día las mismas consignas rancias e ignora la realidad de su propio país? Lo más probable es que Randy Alonso estuviera allí para que la gente lo viera —hubiera podido ver la película en casa, como lo está haciendo mucha gente con copias piratas— y llegara a la conclusión de que el Gobierno había propiciado la obra, cuando en realidad no tuvo la fuerza política de censurarla.

El régimen intenta apropiarse del éxito del filme para desactivar la bomba que ha sembrado Daranas. La prensa oficial —la única permitida, por el momento— celebra “esta película excepcional” que “el país necesitaba”. Sin embargo, intenta circunscribir el alcance del guión. “Queda claro que el muchacho es víctima de un entorno social y filial calamitoso”, dice el diario Juventud Rebelde, como si todo esto fuera un asunto de mala suerte y el régimen político, después de medio siglo en el poder, no fuera responsable del desastre colectivo.

bdgmr@yahoo.com