Con todo respeto, un servidor

Con todo respeto, un servidor
Por:
  • larazon

Gil Gamés

Repantigado en el mullido sillón de su amplísimo estudio, Gamés recordó que fue Liópez quien repuso en el candelero público la fórmula “con todo respeto”. Cada vez que Liópez decía “con todo respeto”, usted podía estar seguro que venía un hachazo de pronóstico reservado. Con esta fórmula remilgada, Liópez repetía y repite esa forma lingüística mexicana que no se atreve a disentir sin una disculpa, más vale darle una vuelta a la falsa cortesía que asestarle de frente una crítica al adversario. Perdóneme usted, pero voy a darle una cachetada. En el fondo, y en la superficie, se trata del miedo a decir lo que se piensa. Es decir, estamos ante una forma de la mentira: con todo respeto, usted es un ladrón; sobra el respeto, o falta, como lo quieran ver.

Por cierto, y con todo respeto, Gamés no deja de pensar que si el candidato de las izquierdas hubiera sido Marcelo Ebrard otro gallo nos cantara. Pero el presidente legítimo, porque Gamés supone que aún no termina el periodo legítimo, ¿cuánto duran las presidencias legítimas? El legítimo, decía Gil, hizo una encuesta, de las que sí sirven, no como las que lo sitúan más de 25 puntos debajo de Peña Nieto en las preferencias.

En fin, lo que Gamés quiere decir es que Ebrard habría sido un candidato mucho más competitivo. Quizás en el 2018, Liópez pueda salvar a México; de momento, y con todo respeto, va a estar difícil.

Cuando Gil oye a Peña Nieto, le llama la atención una muletilla que el candidato utiliza a tiro por viaje: “un servidor”. Cada vez que quiere parecer verosímil, Peña empieza más o menos así: “un servidor se vio en la necesidad de usar la fuerza pública en Atenco”. Se trata de una expresión de servicio que esconde una falsa modestia más grande que un elefante y oculta al “yo”. ¿Quién metió la pata hasta el cuello? Un servidor. ¿Quién rayos desmadró la cosa? Un servidor.

Los mexicanos somos maestros en servilismo hipócrita: a los pies de usted, pase por su humilde casa cuando lo desee, sísiñor. Cierto que los funcionarios públicos deberían servir antes que atascarse en la olla del puchero, pero después del quinto “su servidor”, Gil piensa que el seguro servidor de usted usa la expresión para simular amabilidad. Esta fórmula vieja, le ha dado a Peña con el paso del tiempo un perfil de buena educación, observancia de las buenas maneras, de un político que no rompe un plato. Si le permiten a un servidor, vamos a hacer las reformas que México requiere para crecer y que el PRI se ha negado a hacer durante al menos dieciocho años. Un servidor ve en Gamboa Pascoe a un gran líder obrero. El mismo servidor se ha unido con el Partido Verde y Jorge Emilio González. Ahíto de tantas ofertas serviciales, Gil abandona el mullido sillón del amplísimo estudio, camina sobre la duela de cedro blanco y farfulla: pues qué servidor más inservible.

Puestas así las cosas, Gil preferiría un candidato que insinuara ofertas indecibles y brumosas, pero posibles: si votan por mí, no me voy a dar por mal servido; votantes, ya en serio, ¿cómo nos vamos a arreglar?; o bien esta otra: échenme un capote porque ando por la calle de la amargura, voten por mí: el ruego como programa de campaña.

En fin: la repetición de las fórmulas una y otra vez, muestran también las limitaciones del pensamiento, dicho esto con todo respeto por un servidor.

Una sentencia de Jardiel Poncela dijo algunas verdades en el ático y luego espetó: “La sinceridad es el pasaporte de la mala educación”.

Gil s’en va

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