Crimea la historia

Crimea la historia
Por:
  • larazon

Gil Gamés

Gil leyó las noticias y no dio crédito y cobranza. Oigan esto: en los años 1932 y 1933 murieron entre 7 y 10 millones de ucranianos por el hambre o sus secuelas a resultas de las políticas de colectivización de la tierra dictadas por Stalin e instrumentadas por brigadas comunistas al mando de Mólotov, Kaganovich y Balitsky.

Gil buscó en libros una explicación. Se trataba de acabar con los kulaks, pequeños y medianos propietarios de las ricas tierras ucranianas, y de requisar grandes cantidades de trigo (hasta 8.5 millones de toneladas) con objeto de utilizarlo como moneda de cambio para llevar adelante sus grandes proyectos industriales, como el Metro de Moscú o la flota de aviación civil. No sobra puntualizar que los que se resistieron, mujeres y niños incluidos, sufrieron la deportación o la muerte. Muy bonito, gran género humano.

Gil estudió: los kulaks o “campesinos ricos” deportados integraron, junto con los “saboteadores” y los trotskistas, la primera gran oleada de detenidos que pobló el Gulag. Les siguieron las víctimas de las grandes purgas en 1937-1938, los “nacionalistas burgueses” que se oponían a la anexión de sus países a Moscú con el pretexto de la amenaza nazi, los soldados soviéticos acusados de cobardía o excesos críticos contra la estrategia de Stalin, los colaboracionistas, pero también los resistentes antinazis que eligieron el lado equivocado e incluso soldados soviéticos liberados de los campos de prisioneros alemanes.

Todo esto lo leyó Gamés en un gran libro, La escritura o la vida, de Jorge Semprún, un testimonio del paso automático del campo nazi al de los prisioneros soviéticos al día siguiente de la liberación del campo de Buchenwald.

Gil odia el pasado totalitario. El Gulag —expresión de los años treinta que se hizo famosa en Occidente a partir de 1975 por el libro de Alexander Solyenitzin El archipiélago Gulag—, es el acrónimo de Administración Principal de los Campos de Trabajo y Reeducación, y desde fines de los años veinte hasta la desaparición de la URSS en 1991 designó tanto los campos de concentración soviéticos (expresión utilizada por Lenin y Trotsky que no tuvieron remilgos en echar mano de dichos establecimientos) como el propio sistema de represión.

La administración central fue disuelta en 1956 y con Kruschev las variantes del sistema se hicieron más individuales; los campos fueron destruidos durante los últimos años de la perestroika.

Gamés se pregunta si la izquierda realmente existente en México acepta que los campos de concentración se instalaron desde el verano de 1918 aprovechando las instalaciones zaristas así como los campos de prisioneros vaciados luego del tratado de paz de Brest-Litovsk firmado con Alemania.

No se vayan: se procedió a encerrar, sin juicio, a los monarquistas “blancos”, los socialdemócratas, los socialrevolucionarios, los mencheviques, los marinos de Kronstadt, los miembros del clero y los “especuladores”. Pero no es sino hasta 1923 que, obligados por la falta de espacio concentracionario, se instala el primer campo soviético en las islas Solovki, a orillas del Mar Blanco.

Si Gamés ha entendido bien, ocurre ante nuestros ojos una historia conocida que consiste en dogmatismo, intolerancia, autoritarismo, infatuación (oh, sí), en fon.

Así las casas (muletilla inmobiliaria de poca monta), la crisis de Crimea pone al descubierto un asunto viejo y al mismo tiempo nuevo: la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas no ha muerto del todo. Oh, sí; oh, no.

La máxima de Montesquieu espetó dentro del ático: “Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento”.

Gil s’en va

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