Cuando la democracia tolera demasiado

Cuando la democracia tolera demasiado
Por:
  • montserrats-columnista

El radicalismo hiere de muerte a los sistemas democráticos. Experimentamos una radicalización en las ideologías que, si bien nacieron democráticamente, pueden desestabilizar el tablero político. Un sistema democrático se basa en asegurar las libertades, el debate y el consenso. Justamente se trata de fortalecer los acuerdos y evitar las radicalizaciones. En una democracia sana la clave está en el equilibrio entre las distintas fuerzas, evitando que una aplaste a las demás y cambie las reglas del juego a su favor.

Cada día es más común encontrarnos con el avance de partidos y/o líderes que se identifican más con sistemas autoritarios que democráticos. Ideologías que dividen, confrontan, discriminan y, a veces, aniquilan a los que están en su contra. Hace unos años hubiera sido un escándalo y un suicidio político saltar a la arena defendiendo banderas xenófobas; hoy parece que es la receta del éxito electoral.

La fórmula Trump, esa en la que el candidato —o incluso mandatario— puede decir cuanta insensatez quiera —mentir, amenazar y hacer gala de su intolerancia— y salir avante gracias a las libertades garantizadas en una democracia, está siendo copiada por radicales en Europa (Suecia, Francia e Italia, por ejemplo) y en América, donde ya teníamos ejemplares radicales como Maduro, y ahora empiezan a asomar la cabeza discursos del mismo talante en Brasil.

Radicalismos de izquierda y de derecha han dejado al centro político sin fuerza suficiente para trabajar en los contrapesos necesarios para el buen funcionamiento de una democracia. Ahora, más que debate de ideas, presenciamos posturas vociferadas que buscan “purezas”, que son irreconciliables y no concuerdan con la imagen de los pueblos en donde la movilidad y la mezcla habían sido una realidad de facto.

¿Cómo pretender que Europa regrese a sus pueblos y culturas originarias cuando por décadas se ha fomentado la integración? ¿Cómo darle las gracias y relegar a una población migrante que ha salvado a la vieja Europa del colapso poblacional ante la dramática caída de la tasa de natalidad? Y en América, ¿cómo darle la espalda a los valores fundacionales de un país que se jactaba de ser ejemplo e impulsor de la democracia? ¿Cómo negar que la integración es cuna de progreso o que los Derechos Humanos han de ser válidos para todos luego de tanta sangre que ha recorrido nuestra tierra?

No podemos ir hacia atrás. La historia no permite dar un salto en el tiempo. La realidad de hoy impide regresar a las ideologías monolíticas y a las “razas puras”, por esto, la única forma en la que avanzan los radicalismos es por medio de la imposición violenta de las ideas. Es necesario poner un freno y no tolerar la intolerancia.