Cuentos de hadas y de inversiones

Cuentos de hadas y de inversiones
Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

En los años ochenta se puso de moda la idea de que para aumentar la recaudación había que bajar los impuestos, en particular a las grandes fortunas. El argumento era retorcido, especioso, trufado de supuestos improbables, tuvo un enorme éxito. La idea era que con una tasa menor de impuestos habría menos evasión fiscal, no sé por qué, pero además los ricos, teniendo más dinero, tendrían capacidad para invertir más, y crear riqueza para todos: más empleo, más consumo, más producción, mayores ingresos fiscales.

Descubierta la panacea de la prosperidad, no había más que aplicarla, y detonar el crecimiento. Pero además la fórmula permitía atraer mucho más dinero. Sólo hacía falta reducir los impuestos directos: ofrecer las mejores condiciones fiscales, las tasas más bajas, y la inversión llegaría naturalmente –en el lenguaje de entonces, eso era mantener la competitividad del país.

Nunca hubo ninguna prueba de que las cosas funcionaran así, ningún caso histórico que sirviera de ejemplo, nada. No era más que retórica en un pleito fiscal, pero iba muy bien con las fantasías del tiempo. Bien: se redujeron los impuestos a las empresas y a las grandes fortunas en todo el mundo, y resulta que los creadores de riqueza y empleo no crearon ni riqueza ni empleo. Los estados entraron en una ruinosa competencia fiscal cuyo único resultado tangible ha sido un aumento ofensivo de la concentración del ingreso, y la especulación que provocó la crisis de 2008. En las décadas del fracasado, infame Estado de Bienestar la economía global creció a un ritmo de 3 por ciento anual en promedio, en las décadas del neoliberalismo triunfante, apenas alcanzó el 1.4 por ciento, y la inversión, como porcentaje del producto, disminuyó en todos los países del G-7 y en casi todos los países en desarrollo también.

Como si no hubiese pasado nada, tenemos todavía en México defensores de una fiscalidad regresiva —explícitamente partidarios de que se cobren más impuestos a los pobres, y menos a los ricos, para promover el crecimiento. El incombustible Luis Pazos explicaba hace unos días que la iniciativa de reforma fiscal “refleja las presiones de las minorías de la izquierda organizada”, decía que el aumento del ISR “implica menos recursos para invertir y crear empleos”— y que lo que debe hacerse es “generalizar el IVA y desaparecer el ISR”. En términos muy parecidos, Arturo Damm hablaba de la competitividad del país (“queda claro que a menos y menores impuestos, mayor competitividad”) y sugería eliminar todos los impuestos, y sustituirlos por un único impuesto al consumo.

Eso existe todavía. Y más nos vale tenerlo presente.