Cuentos para la canícula

Cuentos para la canícula
Por:
  • larazon

Repantigado en el mullido sillón de su amplísimo estudio, Gil transpiraba y se limpiaba con un pañuelo el sudor de la frente. A las cuatro de la tarde el termómetro de su iPhone marcaba 29 grados. Agreguemos dos grados dramáticos producto de la vida en la ciudad y el resultado es el delirio.

Gamés estaba leyendo Cuentos sin plumas, de Woody Allen (Maxi Tusquets, 2009). El viernes se cernía sobre el planeta y Fitzpatrick había asegurado que mañana será el fin del mundo. Aunque ustedes no lo crean, esto le preocupa a Gilga, que aún tiene pendientes que resolver. Puestas así las cosas, a Gamés no se le ocurre mejor cosa que ofrecer al lector, antes del cataclismo final, algunas cucharadas de los minicuentos de Allen:

• Pensamiento: ¿Por qué mata el hombre? Mata por comida. Y no sólo por comida: con frecuencia debe ser por bebida.

• Una vez más he intentado suicidarme…, esta vez mojándome la nariz para meterla en el enchufe de luz. Desgraciadamente, se produjo un cortocircuito y sólo conseguí que explotara el refri. Obsesionado siempre con la idea de la muerte, cavilo sin cesar. Sigo preguntándome si existe vida más allá de la muerte, y si la hay ¿le cambiarán a uno un billete de quinientos morlacos?

• Me encontré hoy con mi hermano en un funeral. No nos habíamos visto desde hace quince años, pero, como de costumbre, sacó una vejiga de cerdo del bolsillo y empezó a golpearme con ella en la cabeza. Por fin he comprendido que su observación acerca de que soy “una abominable sabandija” viene dictada más por la compasión que por la ira. Reconozcámoslo: ha sido siempre mucho más brillante que yo…, más ingenioso, más culto, mejor educado. Por qué continúa trabajando en un McDonalds es un misterio.

• Dios mío, ¿por qué me siento tan culpable? ¿Será porque odié a mi padre? Probablemente la causa está en el incidente de la ternera alla parmigiana. Bueno, ¿qué hacía eso en su cartera? De haberle escuchado, ahora estaría ahormando sombreros para ganarme la vida. Me parece que lo estoy oyendo: “Ahormar sombreros…¿concibes algo mejor?”. Recuerdo su reacción cuando le dije que quería dedicarme a escribir. “Lo único que escribirás será en colaboración con un búho.” Sigo sin tener idea de lo que quiso decir. ¡Qué hombre tan triste! Cuando representaron en el colegio mi primera obra, Un quiste para Gus, se presentó la noche del estreno con frac y careta antigás.

• ¿Creo en Dios? Creía en Él hasta el accidente de mamá. Se cayó encima de un pastel de carne, lo cual exacerbó su melancolía. Estuvo en coma durante meses, incapaz de no hacer otra cosa que no fuese cantarle “Granada“ a un arenque imaginario. ¿Por qué esta mujer en la primavera de la vida se sentiría tan afectada? ¿Sería porque en su juventud osó desafiar las convenciones y contrajo matrimonio con una bolsa de papel estraza metida en la cabeza? ¿Y si todo es una ilusión y nada existe? En tal caso he pagado demasiado por la alfombra. Si al menos Dios me enviase una señal clara. Como hacer un depósito cuantioso a mi nombre en un banco suizo.

• Al dar mi paseo del mediodía me asaltaron de nuevo pensamientos mórbidos. ¿Qué hay en la muerte que tanto me desazona? Los horarios. Melnik afirma que el alma es inmortal y que continúa viviendo después de morir el cuerpo, pero si mi alma existe sin mi cuerpo estoy convencido de que todos mis trajes le vendrán demasiado grandes. Oh, bueno…

Ya lo saben: los viernes Gil va a tomar la copa con amigos verdaderos; antes del primer sorbo dejará salir de su faltriquera a la frase de Noel Clarasó: “Los humoristas y los filósofos dicen muchas tonterías, pero los filósofos son más ingenuos y las dicen sin querer”.

Gil s’en va

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