De democracias antidemocráticas

De democracias antidemocráticas
Por:
  • montserrats-columnista

Las democracias se basan en el respeto de la voluntad del pueblo. Esto quiere decir que, en general, la decisión de la mayoría es la que prevalece a la hora de elegir a los líderes encargados de tomar las decisiones para toda una nación. Si entendemos que las democracias modernas tomaron fuerza luego de sufrir momentos de conflictos políticos —incluso armados— que llevaron a dictaduras, xenofobias, genocidios, etc., se entiende que se buscara preservar una forma de gobierno que diera voz a todos los ciudadanos y que tratara de acotar a los grupos y élites del poder.

Sin embargo, al interior mismo de la democracia, está su propia perdición. Las problemáticas que suceden dentro de los países y a nivel internacional, algunas de ellas cíclicas, crean inestabilidades coyunturales que pueden ser aprovechadas por posturas populistas radicales. Este tipo de líder —que llega al poder democráticamente— representa la propia antítesis de la democracia.

Una persona que aprovecha el descontento del pueblo para prometer soluciones simplistas y radicales, que favorecen a una postura e identifica a cualquiera que no esté de acuerdo como un enemigo, no es democrática.

Así como tenemos a un Trump, tuvimos a un Castro. Sin importar la ideología, un líder autoritario que impone sus ideas y que polariza a la ciudadanía, no es demócrata. The Washington Post manifestó su preocupación por la elección en México, recalcando las similitudes en la forma de encarar la política de López Obrador y de Trump, haciendo una predicción negativa de confrontación y falta de diálogo entre ellos. Dividir entre buenos y malos y señalar un camino —el propio— como el único viable son señales de autoritarismo que destruyen el núcleo básico de la negociación internacional. De Trump, lo sabemos; él es así. En México, tenemos esperanza de que la racionalidad prevalezca, seamos muestra de cambio incluyente, negociado y verdaderamente democrático.

Como ejemplo del líder democrático que necesitamos, está la figura del estadista que sabe que su propuesta no se aplicará a rajatabla al final del día, puesto que el diálogo con los contrarios y la búsqueda de una opción intermedia es vital para mantener la legitimidad y la búsqueda del bien común. Ahí tenemos a un Duque en Colombia, que, sin ser un títere de Uribe, busca ser un contrapeso racional y razonado en la búsqueda de la paz. Sin conceder a Santos y a la guerrilla, no quiere borrar de tajo lo hecho por su antecesor, sino buscar modificar aspectos puntuales del acuerdo para avanzar en la reconciliación de la población.

Un estadista democrático sabe ceder sin perder; ganar sin avasallar; arengar sin confrontar. Seamos ejemplo; nuestro continente puede salir del laberinto democrático.