De qué hablamos cuando hablamos hoy de elecciones

De qué hablamos cuando hablamos hoy de elecciones
Por:
  • horaciov-columnista

La democracia sigue siendo –a pesar de las críticas y de los muchos gobiernos cuestionables que de ella han emanado– sin duda la mejor alternativa que como civilización hemos encontrado para canalizar el conflicto y la competencia por el poder.

A la luz de los tiempos, y ante el descrédito generalizado que enfrentan los partidos políticos en el mundo, vale la pena discutir si los nuevos polos a los que se enfrentan los electores no están ya marcados por las ideologías catalogadas como “de derecha” y “de izquierda” (sean centristas o radicales), sino por opciones democráticas y opciones populistas.

Podemos discutir, desde la perspectiva teórica e histórica, a Gino Germani, Torcuato Di Tella, Chantal Mouffe, Ernesto Laclau, Benjamin Arditi, Margaret Canovan y un largo etcétera. Hay, por supuesto, populismos de derecha como los hay de izquierda. Así, también, hay partidos políticos que, desde plataformas de derecha e izquierda, son demócratas.

Lo que está pues en juego, ante la seductora propuesta del populismo —que sin duda abandera legítimas demandas sociales ante entornos de gobiernos no pocas veces corruptos y decepcionantes—, es el posible sacrificio de las conquistas de la democracia liberal, que mal que bien no han sido menores, en términos de pluralidad, respeto a los derechos humanos, y —sí, hay que señalarlo— un avance gradual en materia de beneficios sociales, que no son exclusivos de la magia populista. En ese orden de ideas, el populismo siempre es predecible: cae en la tentación de avanzar a toda costa en materia de bienestar social, pensando sólo en el corto plazo, y sin importar que ello pueda implicar el recorte o incluso la abolición de las libertades democráticas.

Ahora bien, no es ninguna novedad que los partidos formen coaliciones para presentarse a elecciones con el propósito de ganarlas, o lo hagan posteriormente para formar gobiernos medianamente estables y constituir mayorías en los parlamentos que garanticen cierta gobernabilidad. También, por desgracia, es cierto que para algunos se trata únicamente de mantenerse en el poder a toda costa, de incrementar su influencia o, incluso, de simplemente conservar sus prerrogativas (especialmente un dinero público que acaba gastándose en quién sabe qué y, a veces, intentando “justificarse” usando facturas apócrifas, como en un caso muy escandaloso que actualmente discute el Consejo General del INE). Ello ha ocasionado que en México y en otras latitudes se piense y se hable negativamente de las coaliciones. Obviamente, las voces populistas son las primeras en cuestionar duramente que partidos políticos ideológicamente separados, en apariencia mucho, por ser unos “de derecha” y otros de izquierda”, conformen bloques electorales.

Lo cierto es que las coaliciones son parte esencial de la cultura democrática, y ejemplos hay montones, particularmente en regímenes parlamentarios. En Alemania, la tercera gran coalición que actualmente está en negociaciones, se explica porque la democracia cristiana y la socialdemocracia tienen más puntos en común que en conflicto. Entre ellos, el no menor de impedir el avance del populismo de extrema derecha. En regímenes presidenciales, hemos visto cómo en Chile, tras el colapso del régimen pinochetista, partidos de derecha (demócrata cristiana) e izquierda (socialista) han formado una gran coalición que ha producido cinco gobiernos razonablemente exitosos.

Véase el anverso de la moneda. Las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos dieron muestra de ello. Una posible explicación de la derrota de Hillary Clinton —quien, con todas las críticas que se le adjudiquen, representaba al polo democrático— pudiera residir en que el populismo de izquierda, encolumnado en Bernie Sanders, actuó con desgano y no se movilizó lo suficiente en las elecciones generales, lo que posibilitó que ganara el populismo de derecha, representado por Trump, con las fatídicas consecuencias domésticas y globales hoy a la vista de todos. El caso del Brexit también se podría explicar por patrones similares. En América Latina, no hay que abundar mucho sobre las experiencias del chavismo en Venezuela, del kirchnerismo en Argentina, del correísmo en Ecuador, del evismo boliviano o del orteguismo nicaragüense. O podría verse en la persistente y destructiva necedad del separatismo catalán, que promete las perlas de la Virgen a sus fanáticos por el solo hecho de obtener la independencia.

Democracia liberal o populismo. Esa es la alternativa que cada vez más afrontan los electores en el mundo. México no es la excepción. Es esa disyuntiva la que parece explicar la elevada apuesta electoral que decidieron emprender el PAN, el PRD y MC. Habrá que ver si el electorado acepta, a nivel federal, una coalición de esas características (en muchos estados ya ha sucedido). La mayoría tendrá la última palabra.