Debería preocuparnos

Debería preocuparnos
Por:
  • larazon

El racismo imbécil del diputado Ariel Gómez León, formado con los clichés más pedestres de hace cien años, no tiene mayor interés. Hemos hecho lo posible por disimularlo en el último siglo, pero sabemos que la sociedad mexicana es intensamente racista. La idiotez de que los negros son todos iguales habla del nivel de inteligencia de quien la encuentra divertida, nada más. Decir que los damnificados de Haití son unos “abusivos insaciables” es indicio de una falta absoluta de empatía que seguramente no se limita a ese caso.

Lo más interesante es el contexto. No que haya alguien que piense así o que diga eso, sino que sea un locutor de radio y que lo diga en un programa que, por lo visto, consiste en conversaciones así entre el señor Gómez León y un grupo de amigos. La emisora ya lo ha despedido, ya sé. Pero según el tono de la plática que hemos oído, no creo que haya sido un episodio insólito. La desoladora pobreza del lenguaje se corresponde con la estrechez de las ideas.

En el fragmento que se ha difundido, el señor Gómez comienza por decir que en los reportajes sobre Haití él ha visto caras no de desesperación sino de “abusivez”. Para explicarse habla de las inundaciones en Chiapas, “cuando el desmadre, cuando el despapaye”, y dice que los daminificados “estaban igual de jodidos y yo no miraba caras así”. Ayudó entonces, según dice, porque “Diosito da un chorro de bendiciones”. Vuelve a hablar de Haití: “miraba malas caras ahí… sentí un karma muy negativo”. Explica, con voz de autoridad: “hay gente que aprendemos a ver más allá de lo que normalmente miramos en cuanto a la sensación de los rostros”. Se queja de que la Cámara haya decidido enviar a Haití una parte del sueldo de los diputados: “veinte mil lucas por cápita nos bajaron” (así dijo, “por cápita”).

Inmerso ya en la diatriba se le ocurre que “para que no se les repita la ayuda”, “como son muy parecidos, todos son negritos”, habría que marcarlos, pero con tinta blanca. Entre las carcajadas de sus contertulios cierra diciendo: “Y si eso les causó encabronamiento, me vale guango”.

La vulgaridad infinita de la expresión, la patética falta de vocabulario, la miseria sintáctica, el tono insultante, pendenciero, todo resulta natural, imagino que cotidiano, en lo que parece una mesa de borrachos, llena de gritos y risotadas. Desagradable, pero no muy sorprendente: hay programas como ése en todas las emisoras, también en la televisión. Es consecuencia, imagino, de la perversa democratización de los medios que impone el rating. No hace falta que los locutores sepan ni siquiera hablar. Parte de la conversación de nuestro espacio público se lleva en esos términos. Debería preocuparnos.

fdm