¿Desaparece la religión?

¿Desaparece la religión?
Por:
  • larazon

Otto Granados

Con motivo del cambio de milenio, The Economist publicó el obituario de Dios. Tiempo después, sin embargo, admitió la precipitación de su pronóstico porque la fe estaba dando muestras de “renovada energía y mayor influencia en los asuntos del mundo”. De hecho, reconoció que la idea de que la religión estaba resurgiendo era ilusoria porque en realidad “nunca desapareció, al menos no en la medida imaginada por políticos franceses y profesores americanos”.

Y las evidencias no son pocas. Desde la expansión del islam y su poderosa influencia en la vida pública hasta la reciente visita del nuevo Papa a Brasil, parece claro, en efecto, que la modernidad no hizo desaparecer la religión.

¿Por qué?

Las explicaciones filosóficas, culturales y psicológicas son muchas y antiguas. Quizá porque millones de personas están mucho más urgidas de un tipo de explicación que las provea, desde la perspectiva de la fe, del dogma o de las creencias, de un conjunto de respuestas para aquellas cuestiones en las que, a su juicio, la razón o la ciencia son insuficientes.

O bien porque han proliferado denominaciones, confesiones, terapias o seudo religiones que crean una mayor demanda de la gente que, simple y sencillamente, no encuentra una salida más o menos clara a las confusiones e incertidumbres psicológicas, emocionales o espirituales propias de la compleja existencia humana.

Cualquiera que sea el caso, es posible que, con independencia de la forma individual de ejercerla, la religión importe más de lo que a veces se piensa. La mayoría de los estudios reconocen que, como hecho cultural, el sentido de congregación que se presenta, entre otras, en la práctica religiosa, es parte importante del capital social de los países y que puede tener en general funciones saludables en el comportamiento colectivo.

La religión es tanto hecho cultural como elemento esencial de vida interior; es un acompañamiento espiritual que ayuda a los seres humanos a sobrevivir en medio del caos cotidiano y a darle un sentido de trascendencia que, por definición, está más allá de los terrenos de la razón y de la fe, que tienen un lugar y una función distintos. Es obvio que la religión no encontrará la cura del sida o del cáncer, no permite construir carreteras o sanear las finanzas familiares ni hace a la gente más guapa, lo cual depende de la ciencia, la estética o las políticas públicas.

Pero también es verdad que estas disciplinas no brindan –ni es su objetivo- el ingrediente espiritual indispensable en toda vida coherente porque ello pertenece, en alguna medida, al campo de la fe y la religión.

Por tanto, para ser efectivo, el mensaje religioso, al menos de las religiones serias, exige una argumentación más convincente y cercana a las preocupaciones actuales de mujeres y hombres, una visión fresca e incluyente desde la perspectiva de género, preferencias sexuales y nuevas formas de organización familiar, y conductas rectas y transparentes al interior de las iglesias. Nada menos que eso.

og1956@gmail.com