Desear lo que desean los otros

Desear lo que desean los otros
Por:
  • valev-columnista

No nos enseñaron a desear de modo autónomo. El camino que siempre toma nuestro deseo está condicionado por los discursos dominantes sobre lo deseable o por el deseo de alguien más:  deseamos ser deseados, deseamos ser el objeto del deseo del otro, deseamos desear lo que la mayoría para pertenecer.

Así podría explicarse la queja femenina de no haber sido ellas quienes eligieron a sus parejas heterosexuales sino haber sido perseguidas y conquistadas por alguien que quizá no hubieran elegido como objeto de deseo erótico ni amoroso. También es por esta razón que la construcción del deseo masculino está condicionada al dominio. Muchos hombres no saben cómo conducirse frente a mujeres frontalmente deseantes y lo expresan así: “me gustan las mujeres que se resisten o incluso que me rechazan. Las que me desean y expresan abiertamente su deseo me intimidan, me parecen fáciles de conseguir, no implican un reto y no despiertan mi interés”.

A veces hemos vivido para satisfacer las expectativas sociales pero en el fondo sabemos que no es lo que deseamos. Por ejemplo una mujer más inteligente que su marido que decide dejar la vida laboral porque él desea que ella sea una perfecta madre, esposa y anfitriona. O un hombre con alto potencial creativo que elige trabajar en un banco por la seguridad económica que le reporta aunque su deseo fuera dedicarse a algo menos estable pero más divertido.

A veces la fuerza del deseo no radica en conseguir sino sólo en desear. Por ejemplo desear lo prohibido: el hombre comprometido, la mujer casada, la pareja del mejor amigo. En el terreno de la fantasía es material para deseos insaciables; aplazan el deseo mujeres y hombres “histéricos” que ante la inminente consumación del deseo, huyen.

Los que padecen la que ha sido nombrada como “neurosis obsesiva” siempre están deseando lo que no tienen por lo que viven insatisfechos. En cuanto consiguen lo que creían desear para sentirse colmados, dejan de desearlo y comienzan a desear otra cosa (entre más imposible mejor).

Entender el deseo significa aclararlo, cuestionarlo y dudarlo. Saber cuál fue el contexto que “sujeta” a alguien a un modo de desear (lo prohibido, lo imposible, lo triste, lo que el otro desea) puede responder la pregunta de porqué a algunas personas les gustan los hombres mayores o más jóvenes, las adictas llenas de problemas, los egoístas que producen más vacío y hambre, las fuertes, los frágiles, en fin.

Cuando alguien expresa que no está trabajando en dirección a su deseo y por el contrario, pospone, se angustia, se distrae, se paraliza y no da los pasos que lo acercan a la realización del deseo (salirse de casa de los padres, acabar una tesis, adelgazar, dejar de fumar o de beber, enojarse menos) podríamos pensar en la definición lacaniana del síntoma: “lo que el sujeto conoce de sí aunque no se reconoce en ello”, que dicho de otra forma, se expresa como un “no sé porqué”.