“Don Joaquín, don Joaquín, ¿está usted ahí?”

“Don Joaquín, don Joaquín, ¿está usted ahí?”
Por:
  • larazon

Salvador del Río

En la relación cotidiana se pierden cada vez más las formas de tratamiento que establecen las diferencias entre el tú y el usted, que en el idioma español son tan claras.

Subsisten, sin embargo, fórmulas en las que aparecen las distancias entre interlocutores de distinta condición jerárquica,

económica o social. A una persona mayor, a un superior, se lo trata de usted, en tanto que éste ejerce la potestad de tutear, consciente del respeto que se le debe. El señor antecede al nombre en el trato reverencial. El Don, apócope castellano del dominus en latín, también se reserva como un reconocimiento tácito al digno de esa consideración.

En días pasados fue difundido un video con audio  en el que se escuchan y se ven en detalle los momentos previos a la fuga de Joaquín El Chapo Guzmán, del penal del Altiplano en Almoloya, Estado de México. Se revelan allí evidencias de la complicidad, la connivencia o la misión culposa de

responsables y empleados de la custodia del narcotraficante, que por segunda ocasión logró burlar la vigilancia de que era objeto en cárceles de alta seguridad, en las que ha estado recluido.

Hay también, en esa grabación, las palabras de uno de los custodios pronunciadas en el momento en que la desaparición de

El Chapo fue descubierta. “Don Joaquín, don Joaquín, ¿está usted ahí?”, se oye preguntar al vigilante que entró a la celda ya vacía al percibir, supuestamente sorprendido, el

boquete en el piso del baño cuya horadación había producido fuertes ruidos por golpes de martillo y cincel, hasta llegar al túnel por el que el reo escapó.

El tono de la voz del custodio y sus

palabras son reveladores inequívocos de lo que la figura de Joaquín Guzmán Loera ha representado en la delincuencia del país e incluso en los sistemas y los aparatos carcelarios, desde los más altos niveles, que han permitido sus fugas: El Chapo no es, en esos medios, un recluso cualquiera, el malhechor que ha puesto en jaque a la justicia, a la seguridad y al mismo Estado. Es Don Joaquín, el señor Guzmán Loera.

En torno a famosos delincuentes, jefes de las mafias del narcotráfico, se constata que con frecuencia se convierten en personajes de leyenda, cuyas hazañas se narran en

corridos y son motivo de admiración popular.

Joaquín Guzmán Loera es uno de ellos, y es de pensarse que no sólo es “don

Joaquín” para los custodios y los empleados de los penales de los que ha logrado fugarse, con la evidente protección de muchos de quienes habrían de encargarse de su

permanencia en la prisión.

Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, es un hombre poderoso, dispensador de favores en las poblaciones donde establece las

partes de su imperio delincuencial. El Chapo es también el acaudalado repartidor de grandes sumas de dinero a quienes —que por lo visto no son pocos— están en condiciones de protegerlo y permitirle evadir la acción de la justicia. Por eso es Don Joaquín.

La fuga de Joaquín Guzmán Loera, con elementos y los recursos revelados en el video que ha sido dado a conocer, ha hecho evidente una realidad que no es desconocida para las autoridades de procuración de justicia ni para los propios jueces que han conocido sus procesos penales. La corrupción, los deficientes y permisivos sistemas de seguridad, de administración y control de las cárceles del país, están invadidos de esa criminal complicidad que mantiene evadidos o al  margen de la justicia, no sólo al Chapo, sino a cientos de delincuentes a lo largo y ancho del país.

La fuga de Guzmán Loera es un acontecimiento que ha trascendido las fronteras y ha lesionado la imagen de México en el ámbito internacional. Su evasión pone al descubierto una escandalosa red de corrupción, algunos de cuyos responsables en diversos

niveles, ya han sido denunciados o detenidos y sujetos a proceso.

Hace falta más. El saneamiento de los

sistemas de procuración y administración de justicia debe ir a fondo, más allá de la aprehensión de los culpables en este caso.

Sólo así se evitará que delincuentes como Guzmán Loera sigan siendo considerados con el Don, el Señor de respetabilidad.

 Gazapos. Desde hace siglos, las dagas y los puñales de Damasco han sido famosos por el filo de sus hojas y el diseño barroco de sus empuñaduras. En Siria, país sacudido por la violencia, a esas dagas se las llama sica, la sica usada por los asesinos a sueldo, a quienes por extensión se los llama sicarios. De ahí el nombre de esos mercenarios que asesinan por encargo y que asuelan a la sociedad entera.

srio28@prodigy.net.mx