El alimento de Afrodita

El alimento de Afrodita
Por:
  • larazon

Claudia Guillén

Si un día nos dispusiéramos a andar descalzos por la calle, casi, les puedo asegurar que más de una mirada se detendría a observarnos cargando en su expresión un dejo de extrañeza pues no “está bien visto”, y más en estos tiempos, desnudar nuestros pies sin que haya ningún material que los cubra ya que los zapatos se han vuelto como una suerte de segunda piel de nuestras extremidades inferiores: y se fueron tornado aparentemente imprescindibles desde tiempos muy remotos .

Su origen fue sumamente noble pues se trataba de tener una cubierta, amorfa, para proteger los pies de las inclemencias del tiempo o de la tierra. Así, estos primeros trazos del calzado dependían del entorno de quien los utilizaba: en las zonas frías eran cerrados y en las calurosas se ocupaban las sandalias. Sin embargo, pasados los siglos los zapatos han alcanzado una posición no sólo de resguardo y protección sino, también, se han vuelto objetos que dan un

estatus social.

A las orillas del mar de San Francisco, California, nace Isadora Ducan (1878-1927), quien desde los primeros años de infancia observa el movimiento de las olas y ese movimiento la seduce y se le impregna de tal forma que piensa que el baile debe de componer esas cadencias: que por momentos son apacibles y en un instante estallan con fuerza para alcanzar movimientos impulsivos y vehementes como era el carácter de esta artista.

En su autobiografía Mi vida, publicada en Editorial Debate nos dice que:

“El carácter de un niño está ya en su plenitud en el seno de la madre. Antes de que yo naciera, mi madre sufría una gran crisis espiritual: su situación era trágica. No podía tomar ningún alimento, excepto ostras y champaña helados. Si me preguntara cuándo empecé a bailar, contestaría: “En el seno de mi madre, probablemente por efecto de las otras y del champaña- alimento de Afrodita”.

“Mi madre estaba en aquellos tiempos soportando una experiencia tan trágica, que solía decir con frecuencia: ‘Este niño que va a nacer no será normal’, y esperaba a un monstruo. Y, de hecho, desde el momento de mi natalicio, parece que empecé a agitar brazos y piernas con tal frenesí, que mi madre exclamó: ‘Ya veis que tenía razón esta niña es maniática’ Pero más tarde, colocada con mi andador en el centro de la mesa, era el divertimento de toda la familia y de los amigos, y quería bailar todas las músicas que se tocaban”.

Tal vez estas líneas ya perfilan, de alguna manera, a esa mujer que se asumió desde la tragedia y para la tragedia: aunque, del mismo modo, tomó como bandera la necesidad de romper con los esquemas establecidos en la danza. Isadora Duncan es considerada la precursora de la danza moderna. Mujer de gran belleza, inquieta, innovadora. Que experimentaba a través de la experiencia en la tradición griega para dar un nuevo cauce a lenguaje dancístico y, así, lograr, una nueva forma de enunciar este movimiento artístico.

Una de las primeras acciones de la Duncan fue bailar descalza usando como vestimenta telas ligeras y cómodas que dejaban en total libertad sus movimientos y su cuerpo. Los pies desnudos podían deslizarse con una facilidad muy distinta a la de las rectangulares zapatillas de ballet. Ella trataba de recuperar, a través de sus coreografías, la más rancia tradición de la danza que se ejecutaba en la Grecia antigua.

Sin embargo, su trabajo no fue reconocido en su país sino en Londres, primero, y después en París, donde murió trágicamente a la edad de 50 años. Aunque es una realidad en sus años de vida dejó una huella que ya no se borrará pues su propuesta dancística fue más que bien recibida por la crítica, recordemos que estamos a principios de los años veinte, dado que la mezcla de su belleza y frescura destacaban en ese entorno radicalmente opuesto al que ella proponía.

Para la Duncan en la danza se podría encontrar una prolongación estética de los movimientos del cuerpo. Se trataba, pues, de una expresión del arte que da espacio a la esencia natural del ser humano. Moverse sin limitaciones a diferencia de los bailarines clásicos que para ella eran “forzados y antinaturales” y con los que puso una frontera infranqueable al negarse a imponer a sus pies unas zapatillas de baile. Isadora Duncan es una heredera de la cultura griega pues para ella el cuerpo humano era bello per se tomando como referencia la

filosofía clásica.

Su vida estuvo construida a partir de grandes momentos trágicos, perdió a sus dos hijos en un accidente, que la llevaron a romper aún más con las tradiciones. No le importaban “las malas miradas” y mucho menos lo que se dijera de su libertad sexual y su ateísmo. Fue una mujer que caminó descalza por los senderos de la vida y de la muerte. No había forma de cobijar esos pies que desde el vientre materno clamaban porque se les dejara emancipados y sin ataduras de ningún tipo. Y pienso, no sé ustedes, que ojalá existieran más Isadoras para contagiarnos de esa capacidad de descalzarse para encaminarnos hacia cualquier parte que nos dé placer.

Nos vemos el otro sábado, si ustedes gustan.

elcajondelacostureralarazon@gmail.com

Twitter: @ccvvgg