El Ausente

El Ausente
Por:
  • larazon

Vale Villa

“Todo episodio de lenguaje que pone en escena la ausencia del objeto amado –sean cuales fueren la causa y la duración– tiende a transformar esta ausencia en prueba de abandono.”

(Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso)*

El que parte se vuelve el ausente y quien se queda, el abandonado. El juego es el siguiente: uno huye, se esfuma, viaja, no tiene tiempo para el amor. El otro se queda inmóvil, esperando y necesitando. Yo siempre presente, tú siempre ausente, dice quien se ve a sí mismo como el que ama más de lo que lo aman.

Los roles tradicionales dicen que son las mujeres, por ser madres y recolectoras, las sedentarias. Los hombres los cazadores, nómadas que a veces no vuelven. La cultura ha transformado dramáticamente, lo que puede esperarse de hombre y mujeres, que tienen hoy conductas intercambiables. Ellos pueden ser los que se quedan y ellas las que siempre se están yendo.

Deberíamos aprender a soportar la ausencia, actuar como sujetos bien destetados que puede tolerar, a pesar del sufrimiento, la ausencia de la madre (toda ausencia nos lleva a la primera ausencia, que es la de la madre). “Puedo alimentarme de otras cosas que no vienen del seno materno”, intentamos afirmar con dignidad. Manejar la ausencia, dice Barthes, es igual a olvidar. Si no se olvidara a veces, quien ama moriría de recuerdos. Hay que olvidar a ratos para sobrevivir, porque no se puede ni se debe vivir inmerso en el drama de ser la víctima de la ausencia.

Quien lleva mal las ausencias no es capaz de pensar en otra cosa. Sostiene monólogos en los que reclama, anhela, desea, se entristece. En el monólogo, intenta hablar con el otro en su cabeza. Si deja de hablarle, de preguntarle o de pedirle lo que necesita, puede sentir que el otro se ha muerto. La muerte es el paradigma de la ausencia irreparable.

A veces sentimos ausencia, aún en la presencia. En la mente, algo nos falta. Éso que nadie podrá darnos: el sentimiento de paz, de estar completo, que es inalcanzable. Por eso el sentimiento amoroso es obsesivo, porque jamás las necesidades y los deseos se verán colmados por la realidad del amor.

El otro al que amamos, nos salva de la frivolidad. A veces estamos acompañados de gente, conversamos, nos halagan, seducimos y nos seducen. Ante el amor profundo, son más las ganas de ser restituido a “la intimidad religiosa, a la gravedad del mundo amoroso”.

La ausencia del otro se vive como falta de aire, como ahogo. Tal vez es necesario aprender a tolerar estos sentimientos de hambre, asfixia, abandono, saber que pasan, que pierden fuerza, que nada en la vida sentimental es definitivo, que la obsesión amorosa puede combatirse con una vida autónoma y alimentando la convicción de que el ausente se va porque tiene que irse pero no porque nosotros no seamos una buena compañía y un buen amor. Alguien con quien cualquiera estaría feliz de compartir la vida.

* Apuntes basados en el capítulo “El ausente”, pag. 45-50

*Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa desde hace 15 años. Este es un espacio para la reflexión de la vida emocional y sus desafíos.

valevillag@gmail.com

Twitter: @valevillag