El Chapo en Mazatlán

El Chapo en Mazatlán
Por:
  • larazon

Gil Gamés

Enviado por su periódico La Razón en misión encubierta al Puerto de Mazatlán, Gil recibió en el lugar de los hechos la noticia del año, de muchos años en México. El narcotraficante más buscado del mundo fue arrestado en un edificio de condominios frente a un mar de azules pacíficos. En sus afanes, Gil pasó una, dos, tres veces frente al edificio Miramar durante el día de la noche en que un operativo militar le echó el guante a Joaquín Guzmán Loera, El Chapo. Ni en cuenta, nadie en cuenta. Un lugar más bien modesto, una madriguera, para los miles de millones que la revista Forbes le adjudica al criminal Guzmán Loera.

La mañana en que Mazatlán amaneció con El Chapo entre las rejas, un sol fragmentado en destellos inciertos levantó sobre el mar una bruma extraña. Gil salió al balcón de la habitación de su hotel de seis estrellas y aspiró una bocanada de azules brumosos. Oh, sí. Ya estaba ahí la gran noticia: en una acción concertada de silencio y pasos de plomo, los marinos mexicanos, el ejército y no sabemos cuántas brigadas de inteligencia habían detenido al Chapo en el número 608-A de la Avenida del Mar, mejor conocida como malecón de Mazatlán, el más largo del mundo.

Gamés bajó la escalera de tres en tres y en la calle detuvo un taxi:

—Al edificio Miramar, señor.

—¿Va a ver lo del Chapo?

—Sí. Dígame algo que pueda poner en mi nota de mañana.

—Le digo que ese señor es capaz de poner su cara en el cuerpo de quien le dé su gana y su dinero.

—Pas mal —respondió Gilga grabando en su iPhone. Por cierto murió la leyenda de la libreta del reportero. En estos días, el que no graba no pesca nada en el río de los hechos turbulentos.

Frente al edificio Miramar, Gamés tomó fotografías y se preguntó en qué piso estaba El Chapo. ¿Quinto? Atrás de las decenas de reporteros, camarógrafos, fotógrafos, el mar esperaba en olas tranquilas. El campanazo del presidente Peña Nieto había salido de ese edificio entre las cuatro y las cinco de la mañana. Un bono para el sexenio, un trofeo en la caza del mamut.

Ciertamente, Gamés se sintió un poco ridículo al observar un edificio deshabitado, en silencio, bajo el sol de Mazatlán. Pero todo el mundo miraba el mismo edificio y buscaba en los mapas los condominios Miramar y Gil lo tenía en la palma de la mano. Quien mirara arriba quince pisos, ¿o son doce?, vería ventanas con las cortinas corridas, los vidrios trabajados para resistir la resolana, a piedra y lodo.

Un hombre de a pie dijo la cosa más clara de la mañana:

—Para nosotros es mala noticia. Vienen las matazones. Hace cuatro años los cruceros se retiraron, el turismo se largó de aquí pues cada día aparecían diez, once muertos. Se van los güeros y nosotros no vendemos y tenemos que buscar otro mar.

Así dijo: “otro mar”, Gil no sabe mentir. La noche anterior a la detención del Chapo, el puerto velaba las armas para iniciar el Carnaval (lavar la carne, oh, sí) bajo una temperatura de 27 grados, una oscuridad tranquila en la Plaza Antonio Machado, música de jazz, Glenfiddich y pez sierra en trozos blandos.

La mañana en que atraparon al Chapo, nada cambió en el Puerto de Mazatlán, en el malecón las mujeres patinaban en pantalones entallados, los jóvenes hacían acrobacias de humo en la patineta; las cafeterías, hasta la bandera, repartían capuchinos, en el mar se bañaban los turistas. Nadie se baña dos veces en el mismo mar, o ¿cómo era?: nadie toma la misma copa en el mismo bar, en fon. A las doce del día un helicóptero se acercó, rasante, sobre el mar, rumbo a la Puntilla, uno de los extremos mazatlecos, como si reconociera algo o a alguien.

Nada cambio en la vida diaria de Mazatlán, pero todo había cambiado en la correlación de fuerzas políticas mexicanas. De lo que diga El Chapo dependen prestigios, personajes, reformas, alianzas. La ruleta se detuvo en el siete negro.

Gil s’en va

gil.games@3.80.3.65

Twitter: @GilGamesX