El complot de Julia

El complot de Julia
Por:
  • larazon

Julián Andrade

La producción en televisión requiere de cuidados extremos. Todo tiene que estar planeado y controlado para evitar contratiempos y más si la trasmisión es en vivo.

En el caso de un debate de candidatos presidenciales las precauciones deben llevarse al extremo y éstas suelen extenderse a los equipos de los propios participantes.

Muchas variables conspiran a favor del error: los satélites, las microondas, el streaming y todas las que se puedan imaginar y ello sin contar las del programa mismo, como el sonido, la iluminación o las cámaras.

¿Se imaginan qué hubiera pasado si se cae la señal? ¿Cuáles serían las consecuencias de que Enrique Peña Nieto, Josefina Vázquez Mota, Gabriel Quadri o Andrés Manuel López Obrador se quedaran sin audio?

Son situaciones extremas, pero pueden ocurrir y seguro estaríamos en una trifulca de grandes proporciones.

El productor del debate, Jesús Tapia, tiene amplia experiencia en televisión y hasta el domingo había entregado buenas cuentas por su trabajo.

Si se analiza, era un candidato idóneo para salir avante y bien de lo que le fue encargado.

Como pasa cuando se confían los expertos, dejó de ver un detalle que al paso de las horas comprometería su carrera misma y que sí vimos millones de espectadores: el vestido blanco y escotado de la edecán Julia Orayén.

Tampoco analizó el efecto que tendría el pequeño paseo de Orayén cargando la pequeña urna trasparente para que los candidatos sacaran las papeletas que definirían los turnos del debate. Vamos, hasta la utilización de una toma desde lo alto dio motivos para el escándalo.

La ropa no era la apropiada para asistir, aunque fuera a tareas menores, a un debate entre quienes pueden ser presidentes de la República y no lo era, además, por lo aburrido y acartonado del momento.

No creo, sin embargo, que estemos ante algo que vaya más allá del error de los organizadores del encuentro y en particular de la producción televisiva, porque otra hipótesis requeriría de un plan demasiado elaborado y de consecuencias incontrolables.

Lo anterior se refuerza porque era imposible saber, de antemano, lo que podía ocurrir y, más aún, a quién se afectaría.

El hecho habla, en todo caso, de la falta de sensibilidad de funcionarios del IFE, que tampoco hicieron bien su trabajo.

El supuesto “efecto distractor” tampoco lo es tanto, porque hay una vigorosa discusión pública y entre los propios candidatos sobre las incidencias, los triunfos o las derrotas en el debate.

Lo más destacado, por cierto, tiene que ver con los esfuerzos de los distintos partidos de colocar a su abanderado o abanderada como el ganador o la ganadora del encuentro.

Si bien Julia Orayén es un gran tema y de amplias consecuencias mediáticas, no dejan de estar los otros, los más urgentes, los que tienen que ver con lo que harán, o no, los candidatos en las próximas ocho semanas.

En todo caso, el complot de Julia Orayén hay que colocarlo en su nueva fama, conseguida, eso sí, por las miserias de nuestras burocracias políticas.

julian.andrade@3.80.3.65

Twitter: @jandradej