El estrés y los indecisos

El estrés y los indecisos
Por:
  • larazon

Otto Granados

Hay un fenómeno que los expertos en sociología electoral debieran analizar pasada la jornada del próximo 1 de julio, que es tratar de indagar cuáles fueron exactamente los efectos de la percepción de inseguridad en el país, del pesimismo respecto a cómo marchan las cosas en el país y del desencanto democrático sobre el comportamiento del ciudadano que decide no ir a votar o ir y anular su voto. Por supuesto que la primera reacción es la del hartazgo con la situación imperante, pero me parece que se queda corta. Veamos.

Entre los 18 millones de personas que según el INEGI dicen haber sido víctimas de algún delito del fuero común en 2010, que gastaron unos 48 mil millones de pesos en mejorar su seguridad doméstica, que declaran sentirse inseguros en su colonia, estado o en el país o que, de plano, son bastante pesimistas respecto de que las cosas tomen un rumbo más positivo, están en buena medida los más alejados del proceso electoral. Por un lado, es un sentimiento bastante comprensible, pero, por otro, son la evidencia más palpable de que este país reclama una narrativa distinta —y más justa— a la que ha padecido estos años.

Calderón cometió, en ese sentido, un error que le ha costado carísimo al reducir todo su gobierno a un solo tema, por más que, suponiendo, haya tenido alguna razón en su explicación del fenómeno de la inseguridad o de la violencia asociada a la delincuencia, porque esa narrativa no provocó una conducta social detrás de un, entre comillas, líder que acometía el problema, ni, muchísimo menos, una épica de buenos contra malos, sino que generó una confusión respecto del significado real de la inseguridad, una lectura equivocada de la manera en que la combatía, una sensación de que estaba costando demasiado en términos de vidas y, al final de la secuencia, un estado anímico que se instaló claramente en un estrés colectivo y, para efectos electorales, en una posición de pesimismo que ha querido un cambio y lo expresa en las urnas.

En los años ochenta se decía, con sorna, tras alguna de las habituales crisis, que ante las explicaciones económicas crudas, lo que la gente quería ya no eran realidades sino esperanzas, y en cierto modo no falta razón.

Hay cuestiones de la mayor prioridad que hemos empolvado estos años y que tienen que ver con preguntas centrales como el papel que en el siglo XXI debiera jugar el Estado en el crecimiento y la equidad o el sitio al que México debe aspirar en el mundo o el tipo de ciudadanía que le hace falta al país, como para conseguir un desarrollo sostenible y de alta calidad a mediano y largo plazo. Nada de eso, ni en los medios ni en la academia ni en la competencia política, se ha discutido seriamente, no hay una conversación colectiva y estamos felices en la puerilidad analítica.

Mala manera de movernos en estos tiempos.

og1956@gmail.com