El juego de los niños

El juego de los niños
Por:
  • larazon

Claudia Guillén

El pasado jueves se celebró el Día del Niño y me quedé pensando con cierta nostalgia —por qué no decirlo— cómo una servidora esperaba que llegara el 30 de abril para celebrarme y celebrar a mis amigos a lo grande. La escuela se convertía en una fiesta interminable donde los juegos eran los apropiados para una kermés. Había tómbolas, discotecas, registro civil y muchas cosas más que ilustraban, casi de manera puntual, el mundo de nuestros padres o hermanos mayores. De esa manera, mis compañeros y yo podíamos introducirnos al mundo de los adultos durante varias horas sin que hubiera ninguna reprimenda. Me quedo pensando ahora, no sé ustedes, que es paradójico festejar la niñez jugando a ser mayores.

Ya en casa me esperaban algunos regalos y, junto con mis padres, nos dirigíamos a una tienda departamental que tenía toda una gama de opciones para deslumbrar al más apático. Sí, me estoy refiriendo a esa niñez de quienes nacimos en la década de los sesenta y en la que las posibilidades de asombrarnos eran tan infinitas como los conejos que salían del sombrero de un mago. Supongo que hoy no ha cambiado mucho esta forma festiva de celebrar a la infancia en su día y que mi recuerdo —detalles más, detalles menos— será el mismo para los niños de hoy cuando sean adultos.

Es cierto, que en nuestro presente y en este contexto, con sus lamentables excepciones, concebimos que el derecho de los niños es fundamental para tejer una cultura que sustente una mejor vida en su futuro. Es decir, damos por sentado que la fragilidad de un niño es grande y que nosotros, los adultos, somos quienes los dotaremos de los instrumentos para que esa fragilidad se quede atrás.

No sé cuántos de ustedes han leído la novela de Víctor Hugo Los Miserables de la que, como sabemos, se han hecho adaptaciones para cine, para series de televisión e incluso para telenovelas. La trama transcurre en la primera mitad del siglo XIX en Francia. Y en este relato, entre muchos otros temas, se retrata a una sociedad mezquina, encargada de favorecer a quienes más tienen. En esta icónica novela, de Víctor Hugo, las subtramas se entremezclan con la maestría y el oficio que poseía este autor, a quien le incumbía, de manera particular, enunciar la problemática social y por ende la del hombre.

Así, mientras la historia avanza aparece Cosette, la niña que salva a Jean Valjean de los Thenardier, quienes carecen de cualquier ética con respecto al trato que tienen para con la niña. Me explico: hace un siglo no se había generado una cultura que ponderara una conciencia para procurar el bienestar de los niños. Falta mucho por hacer, por supuesto, pero no estaría de más detenernos un poco a pensar que durante los siglos que precedieron al XX, la población infantil no era un tema para tomar en serio. Es más, me atrevería a decir que la muerte de los niños era mucho más natural que la muerte de los adultos. Ya que si bien había una conciencia oculta de su desventaja se daba por sentado que un niño fuerte y sano sí se “lograba”.

Insisto, y perdón por hacerlo, pero creo que todavía es poco el tiempo que se ha dedicado para lograr robustecer una educación en que la infancia quede cobijada en términos sociales, morales, jurídicos y económicos. Y esta afirmación la sustento con el párrafo que citaré a continuación y que tomé de la página del UNICEF:

Teniendo presente que la necesidad de proporcionar al niño una protección especial ha sido enunciada en la Declaración de Ginebra de 1924 sobre los Derechos del Niño y en la Declaración de los Derechos del Niño adoptada por la Asamblea General el 20 de noviembre de 1959, y reconocida en la Declaración Universal de Derechos Humanos, en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (en particular, en los artículos 23 y 24), en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (en particular, en el artículo 10) y en los estatutos e instrumentos pertinentes de los organismos especializados y de las organizaciones internacionales que se interesan en el bienestar del niño.

Si tomamos como referente esta cita nos daremos cuenta que no ha pasado ni un siglo de que se legisló en favor de uno de los segmentos de la sociedad más vulnerable. Como decía líneas arriba, se ha avanzado y casi doy por sentado que se irá generando esta idea cada

vez más sólida de que los que apenas cuentan con pocos años de vida en este mundo estarán fortalecidos por su entorno que ha pujado por una cultura que los integra y los respeta. De esa forma cuando los niños del final de este siglo XXI celebren el 30 de abril jugarán a sacarle jugo a su infancia porque tendrán un camino bien pavimentado para andar en su vida adulta.

Nos vemos la otra semana, si ustedes gustan.

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