El oportunismo de la Iglesia cubana

El oportunismo de la Iglesia cubana
Por:
  • larazon

Mientras Raúl Castro alababa hace unos días el “papel constructivo” de la Iglesia católica y se aprestaba a recibir al canciller del Vaticano, su hermano Fidel hacía una comparación odiosa entre Israel y los nazis en una de esas “reflexiones” que la prensa oficial —la única existente en la isla— publica religiosamente cada vez que el comandante en jefe quiere marcar terreno. Algunos optimistas querrán ver ahí una prueba de la diferencia de talante entre los dos hermanos, uno dialogante y otro pendenciero. Sería la señal de que Raúl empieza a tomar vuelo propio. Me temo que sea un engaño más en la interminable lista de espejismos propiciados por la jubilación ficticia de Fidel hace casi cuatro años. Su sucesor busca ahora el diálogo con la Iglesia católica para que le ayude a resolver, sin costo para el gobierno, el problema de los presos políticos. Esa mano tendida tiene todos los visos de ser una maniobra para ganar tiempo. Y el Vaticano se presta al juego, con la esperanza de cobrar luego algunos beneficios para la Iglesia cubana.

No deja de ser sorprendente que un régimen ateo necesite a la Iglesia para que le saque las castañas del fuego. Sólo puede explicarse por la desesperación que parece haberse apoderado de Raúl y su entorno ante la magnitud de los problemas que acorralan a la isla. La economía está al borde del colapso, a pesar de la ayuda masiva de Hugo Chávez, que les regala petróleo e inversiones a manos llenas. Ninguna de las medidas destinadas a aumentar la producción agrícola ha dado resultado y la isla sigue importando —esencialmente de Estados Unidos— la mayoría de alimentos consumidos por la población. Las arcas del Estado están vacías y el banco central ha congelado, ilegalmente, las cuentas de muchas empresas extranjeras (algunas empiezan a retirarse del país por temor a perderlo todo).

Los obispos no pueden hacer nada para ayudar a resolver el descalabro económico. En cambio, creen tener la autoridad moral para echarle una mano a Raúl en la crisis desatada por la muerte de Orlando Zapata, después de una larga huelga de hambre, y por el ayuno emprendido hace casi tres meses por Guillermo Fariñas, que sobrevive gracias a perfusiones sucesivas. Ambos se han sacrificado para obtener la liberación de los presos políticos, especialmente los 26 que padecen enfermedades graves. Ante las condenas casi unánimes de la comunidad internacional y las cartas de protesta firmadas por artistas, cineastas o intelectuales, incluyendo muchos de izquierda, el régimen castrista ha captado finalmente el mensaje y busca una salida para quitarse el problema de encima. Sin embargo, para no dar la impresión de ceder a la presión de los disidentes cubanos, Raúl “regalará” algunos presos al arzobispo de La Habana, como su hermano lo hizo en el pasado con su amigo Gabriel García Márquez o con los presidentes Felipe González y François Mitterrand. Es un gesto hipócrita y cobarde que revela la alergia absoluta de los Castro a cualquier acto de generosidad.

Es difícil criticar unas gestiones que pueden terminar con la liberación de varios presos condenados a largos años de cárcel, en condiciones infrahumanas, por el solo hecho de disentir de un régimen totalitario. Así lo han entendido muchos, dentro y fuera de Cuba. Es sintomático, sin embargo, que una de las voces más respetadas de la oposición en la isla, Oswaldo Payá, haya denunciado un diálogo que se hace al margen de la disidencia. Y no es un ateo el que lo dice, sino un católico militante, que ha fundado el Movimiento Cristiano Liberación hace más de veinte años y mantiene estrechas relaciones con la Iglesia.

Payá lamenta que “algunos pastores acepten el papel de ser interlocutores únicos del Gobierno”, pues están “practicando así la condición de exclusión” impuesta por el propio régimen. Tiene toda la razón Payá, premio Sajarov de derechos humanos, que entrega el Parlamento Europeo. “Creemos que los cubanos no deben quedar como espectadores de ésta u otra negociación o interlocución, sino que ya deben disponerse a ser protagonistas de su liberación”, dice. “Nadie debe pretender ser actor político desde la Iglesia”, agrega, porque convierte a la institución “en parte política, cuando esta debe ser facilitadora del diálogo entre todas las partes”. Queda por ver si los obispos cubanos y el Vaticano tendrán el valor de recoger el guante y acompañar a Payá y a los demás disidentes en su lucha por la libertad, como ocurrió en Polonia, o si se limitarán a buscar su acomodo con el poder.

bdgmr@yahoo.com