El Paraíso que nos Queda

El Paraíso que nos Queda
Por:
  • larazon

Rodolfo Higareda

Solamente después de que el último árbol haya sido talado. Solamente después de que el último río haya sido envenenado. Solamente después de que el último pez haya sido atrapado. Solamente entonces te darás cuenta de que el dinero no puede comerse.

Profecía de los indios Cree

Cada año nuestro país pierde 500 mil hectáreas de bosques y selvas. Así las cosas, nos estamos acabando el lugar donde vivimos, sin que haya un verdadero compromiso para frenar el ecocidio que diariamente presenciamos. Allá por los años treinta, la sociedad empezó a mostrar signos alarmantes de desden hacia su entorno. Por pereza y apatía de buscar un orden a través de la educación y la aplicación de las leyes, se tuvo la genial idea de entubar todos los ríos de la Ciudad de México. ¡Eran 70 los que fluían en el valle! los más conocidos quizás resultan familiares por el nombre de las calles y avenidas que hoy los cubren: el Churubusco, el Mixcoac, la Ribera del San Cosme, el San Joaquín, el Tacubaya, el de la Piedad, el Magdalena, el de Los Remedios, etc.

Al final, el Distrito Federal es la única urbe en el mundo sin un cuerpo de agua. Y cuidado con los buscadores de culpas, aquí no podemos responsabilizar de eso a los conquistadores: ellos secaron las lagunas pero no los ríos. Así pues, hoy en día Roma tiene el Tíber, Paris el Sena; Madrid el Manzanares, Washington el Potomac ¡vamos hasta Beijing tiene al río Changpu! Y en casi todos éstos se puede pescar. Pero acá en nuestra tierra tal pareciera que estamos genéticamente preparados para no valorar a la naturaleza; pero no, esa no es la explicación.

Ya una vez demostrada nuestra infame capacidad de destruir en menos de 100 años un ecosistema, ahora estamos enfocando nuestras baterías hacia los bosques, selvas, mares y playas. Quintana Roo es quizás el lugar en donde literalmente podemos decir que se está destruyendo el pedazo de paraíso que aún nos queda, debido a la ambición desmedida del sector privado, de la mano de la corrupción gubernamental y la inacción de las organizaciones civiles.

Hace 25 años llegué por primera vez a Playa del Carmen, de la mano de un respetado miembro de ese lugar: Pedro Gómez. Se miraba entonces muy diferente; y su olor era otro. Había mangle, conchas en la arena y peces en el mar. Los dos hoteles que existían (Palapas y Sangri La) no drenaban sus aguas negras al océano. No había “parachute” ni motos de agua. Hoy es tan dramática su destrucción —y tan terrible la complicidad de empresarios y gobierno para su explotación irresponsable y desmedida— que se hace impostergable una intervención generalizada y con el más alto sentido de compromiso.

Si bien el municipio de Solidaridad —que por caridad de Dios hay que cambiarle el nombre al de Playa del Carmen, al igual que al de Benito Juárez por el de Cancún— es el de mayor crecimiento demográfico en el país, eso no es justificación alguna para lo que ahí sucede. Como ejemplo está la ciudad de Miami, que es infinitamente más grande en población e industria; y sin embargo sus playas y mares están limpios y en sus canales y ríos se puede pescar a diario. Ni qué decir de la infraestructura urbana.

Sería impensable en Europa, Canadá o Estados Unidos que un hotel como el Catalonia de Puerto Aventuras, tenga el descaro de colocar diques de concreto sobre los arrecifes, a efecto de disminuir el oleaje, y poder así crear una playa artificial (porque los señores inversionistas construyeron su hotel sobre la playa y el mar ya se la llevó). Estos hoteleros destruyen el entorno bajo la mirada cómplice de las autoridades. Es momento de que funcionarios públicos que han demostrado honradez y compromiso con el país, como lo son la Secretaria de Turismo, Claudia Ruiz Massieu; y el Procurador Federal de Protección al Ambiente, Guillermo Haro Belchez, intervengan de inmediato para salvar este preciado lugar.

Estoy seguro que muchos ciudadanos que forman parte del Corazón de Playa, porque han dedicado su vida a esa comunidad, estarán mas que dispuestos a trabajar hombro con hombro con ellos para que este patrimonio de los mexicanos sea preservado en beneficio de las siguientes generaciones.