El pecado del padre Goyo y de su Iglesia

El pecado del padre Goyo y de su Iglesia
Por:
  • larazon

Salvador Camarena

En los tiempos por venir, más de uno revisará la actuación de los sectores de la sociedad mexicana en la gran tragedia humanitaria que han sido estos años cruentos. Entre los actores que serán evaluados estará por supuesto la Iglesia católica. Figuras como las del obispo Raúl Vera o las de los padres Alejandro Solalinde o Pedro Pantoja, por mencionar a algunos, serán vistas con luminosidad. Representan a pastores comprometidos con las causas de la justicia y la solidaridad. Pero es seguro que no serán los únicos a destacar.

Es seguro que en los tiempos por venir se conocerán algunas historias de comunidades en donde ministros de culto ayudaron a la población a resistir, paliar o de plano a sobrevivir a los criminales que han asolado a regiones enteras.

Sin embargo también tendremos casos de curas y jerarcas católicos que destacarán por haber decidido salvarse a sí mismos, prelados a quienes poco importó abandonar a los fieles a su suerte. Sobre todo jerarcas que ni cuando el nuevo Papa Francisco llamó a olvidarse del ornato, atinaron a bajar de sus púlpitos de oropel. Si me preguntan a mí, entre ésos estará Norberto Rivera.

La duda es de qué lado pondrá la historia al hoy famoso padre Gregorio López, de Apatzingán, pues cada día que pasa crece la percepción de que el cura del chaleco antibalas se ha vuelto parte del problema antes que de la solución para Michoacán.

Esta semana el padre Goyo ha encabezado, ni más ni menos, la embestida para sacar de la alcaldía de Apatzingán a Uriel Chávez, a quien acusa de encubrir crímenes.

Con ese proceder, el cura López ha decidido pasar por alto dos importantes hechos. Uno, lo que dice la Constitución sobre lo que pueden y lo que no pueden los ministros de culto. El Artículo 130 en su inciso e) señala: “Los ministros no podrán asociarse con fines políticos ni realizar proselitismo a favor o en contra de candidato, partido o asociación política alguna. Tampoco podrán en reunión pública, en actos del culto o de propaganda religiosa, ni en publicaciones de carácter religioso, oponerse a las leyes del país o a sus instituciones, ni agraviar, de cualquier forma, los símbolos patrios”.

Es obvio que hace meses, cuando Michoacán era a todas luces el espacio de la República donde el Estado había perdido todo control, ponerse a recitarle al padre Goyo la Constitución era una majadería. En ese tiempo, hace apenas unos meses, su actuar, su valentía, su protagonismo, fue positivo, destacable.

Pero ya no. Porque el segundo hecho que el padre López pasa por alto es que la frágil paz que vive Michoacán requiere que todos contribuyan al retorno de la institucionalidad, no a fomentar la inestabilidad.

El padre López debe renunciar ya a su intento de hacer justicia por su propia mano y regresar a la actividad pastoral. La historia entonces le reconocerá su aportación. Pero si no quiere, si decide poner en riesgo el retorno de la seguridad, la responsabilidad caerá no sólo sobre sus hombros, sino también sobre los de la jerarquía de la Iglesia católica, que tiene autoridad sobre él. Al menos podrían hacer eso, ¿no?

Es imposible decir que la crisis michoacana ha quedado atrás. Varios de los principales líderes templarios siguen prófugos, y con ello está vigente la posibilidad de que en cualquier momento retorne el terror. La paz está lejos, pero lo que Michoacán menos necesita es de un diácono que tras haber actuado valientemente, se pierde en su vanidad.

salvador.camarena@razon.mx

Twitter: @salcamarena