El pequeño Piojo que todos llevamos dentro

El pequeño Piojo que todos llevamos dentro
Por:
  • larazon

Carlos Urdiales

Ni pegar cachetadas ni hacerle al payaso fue lo que sacó a Miguel Herrera de la Dirección Técnica de la Selección Nacional. Tampoco fue la causa de un complot desde las altas esferas del poder político y económico, como sugiere AMLO. Al ex futbolista lo cegaron la fama y la fortuna. Se hizo muy rico y muy desprestigiado en poco tiempo.

El Piojo se distrajo de sus quehaceres deportivos. Sus familiares tampoco resistieron el glamour express. La Piojita Michelle siguió el ejemplo de su padre. Cría piojas y te sacaran los ojos.

Para la sofisticada maquinaria mercantil y deportiva que es la Federación Mexicana de Fútbol, los mismos atributos que llevaron a Miguel Herrera a la cima, también acabaron con él.

El domingo 26 de mayo de 2013 se escribió una página memorable para el balompié nacional. El Club América, el equipo más odiado y proporcionalmente amado del torneo local, enfrentó en la final del torneo al Cruz Azul, máquina cementera de glorias setenteras, acérrimo adversario americanista y co-protagonista del llamado Clásico Joven del futbol local.

 Un contexto de película. El majestuoso Estadio Azteca lleno hasta el tope; América pierde, faltan dos minutos para que los azules por fin se coronen, los amarillos mueren en la cancha, llueve; hay tiro de esquina en favor de la Águilas, son los últimos segundos, la gloria y el infierno se rozan; el portero Moisés Muñoz, apuesta personal del entrenador Herrera, sube a rematar, total ya da lo mismo perder por uno o por dos. Y él anota el gol del empate.

No había crédito para lo que ocurría ni para lo que vendría en seguida. Fin del tiempo regular, tiempos extras y el América con el mejor ánimo, gana. Es campeón.

Las manifestaciones de júbilo desbordado, de pasión reprimida a fuerza de fracasos e ilusiones rotas, se volcaron en un breve y memorable espacio. Hasta el dueño del equipo, el mágnate mediático Emilio Azcárraga, rodó semi desnudo en el orgasmo de la victoria.

Miguel Herrera se quedó con el diminuto mote, pero su imagen rozó las alturas del Olimpo futbolero, nadie gritó como él, nadie se descompuso como él, nadie motivo a sus jugadores como él, nadie nunca empujó tanto desde la imaginación a un colectivo para hacer lo imposible. Ese momento llevaría al Piojo Herrera al banquillo de la Selección.

El 22 de julio pasado se jugó la semifinal de la Copa Oro, entre Panamá y México. Los verdes jugaron horrible. Los canaleros ganaban uno a cero; el árbitro regala un inexistente penal faltando dos minutos para el final del encuentro. Se arma la bronca. El tamaño del robo y lo burdo del mismo ofenden a todos, menos al Piojo y a su cuerpo técnico. Su puesto estaba en juego.

 La imagen es la misma en sentido opuesto. La emotividad al servicio de la trampa, en contra del fair play, de la ética. Sale a relucir el llamado “oficio canchero”, armar camorra, insultar, retar a golpes, escupir, presionar al rival, al árbitro, a todos los que sea necesario. Hay que ganar como sea, para eso se es profesional. La vergüenza es para otro momento, si acaso cabe. Fue un triunfo inmerecido, pero así es el negocio.

Miguel Herrera fue ídolo porque es popular, es como el conductor de auto que se pasa la luz roja y, encima, ofende; es como la señora a la que las cámaras de seguridad graban metiéndose mercancía entre calzones y sostén, y luego insulta a quienes le dicen que la han pillado; es el funcionario –alto o pequeño– que abusa de su posición para pedir para los chescos o para llevar a su familia en helicóptero.

El pequeño Piojo, que todos llevamos dentro y con el cual Miguel Herrera supo hacer una fortuna de 130 mdp, fue castigado públicamente. Las cachetadas e improperios fueron el pretexto.

 Así es el futbol, da y quita. También ofrece revanchas. La fama no alcanza. La ira y las bravuconadas caen en gracia a veces y sólo un rato. Los dueños del negocio buscan algo más refinado, pero igual de rentable.

urdiales@prodigy.net.mx

Twitter: @CarlosUrdiales