El resplandor poético de María Baranda
El libro de la semana
Si algo define las aristas de los versos de María Baranda (Ciudad de México, 1962) es el resplandor. Refulgencias húmedas, costeras, salinas: el mar en índices, sumario de rompientes que persisten en lamer los costados del mundo. Murmullos desafiantes de un habla poética desgarrada y enardecida. Aventura de un oficio que sorprende por la elocuente y ardorosa serenidad de sus ancladeros. Desde El jardín de los encantamientos (1989) hasta Arcadia (2009) hemos sido testigo de una voz que nombra y habita circunstancias merodeadas por pausas y fijezas.
En la poética de la autora de Causas y azares, la lluvia porta en su seno una abundancia de colores: enjambres de tintes, alucinaciones, labios de paisajes que huyen de las blancuras.
Sombras, dolores, codicias, tinieblas, vértigos: hay que saber levantar los párpados porque los indicios son ofrendas de almanaques de miradas antiguas que traen noticias y suplicios de náufragos encallados en la vida.
La sal fulgura los trazos del magenta: la aventura se posa en el vidrio murmurante. Acaba de aparecer El mar insuficiente. Poesía
(1989 – 2009), publicada por la Coordinación de Humanidades de la UNAM en la Colección Poemas y Ensayos, que compila buena parte de los poemarios de María Baranda.
Estrofas de El jardín de los encantamientos, Fábulas de los perdidos (referencias marinas y desbordado rumor de llovizna en triste letargo de exilios), Ficción del cielo (inventario de errancias y reminiscencias), Los memoriosos (voz que se incendia para fundar esquinas novedosas del lenguaje), Moradas imposibles (artesanía lingüística de excitaciones múltiples, escarnio espumoso en versículos que descansan a la intemperie)… Se incluyen fragmentos de un inédito, Cañón de lobos.
Este compendio permite al lector reconocer a una poeta de fulgores oscilantes en ascuas, salmos que nacen bajo la persistente marea de la memoria y el siempre estremecido encuentro con los árboles. Imágenes en efervescencia de un río que nos regresa a la infancia a través de un cáñamo en hebras como conjeturas de semillas. La tierra, basa de las primeras pisadas sobre el mundo. Aquí la embriaguez de las vigilias: racimos verbales, logos para el bautismo: “el solo milagro de los hombres / que van como los vientos / buscando una palabra para anidar su muerte”.
Imprescindible
Earl Rudolph Powell (1924 – 1966) estudia piano estimulado por su padre, desde niño ejecutaba composiciones de Mozart y Bach. Art Tatum, su ídolo. Amistad con Monk quien lo introduce en el mundo del jazz: perfecto estilista del bebop. Golpeado brutalmente en la cabeza por un policía (1945), presenta intensos dolores de cabeza y síntomas de desequilibrio mental: pasa largas temporadas en clínicas siquiátricas, tratamiento de electroshock. En las cualidades de Evans y Silver se palpan evidentes huellas powellianas. Prodigios en The Amazing Bud Powell.
carlos.olivares.baro@hotmail.com
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