El socialismo con rostro humano

El socialismo con rostro humano
Por:
  • rafaelr-columnista

A 50 años de la invasión soviética contra Checoslovaquia, la mayor parte de las memorias pone énfasis en la terrible represión desatada en ese país tras la llamada “primavera de Praga”. Es bueno recordar aquel oprobio, pero también vale la pena intentar reconstruir cuál fue el sentido de las reformas emprendidas por Alexander Dubcek tras su llegada a la Secretaría del Partido Comunista checo en enero de 1968.

Tal y como sucedería veinte años después, en todo el campo socialista, la mecha de la democratización fue encendida por los artistas, los escritores, los filósofos y los dramaturgos. El filósofo Jan Patocka, que luego sería fundador del movimiento Carta 77, dirigido por Vaclav Havel, y que moriría tras un interrogatorio de la policía secreta, fue uno de los inspiradores de la primavera de Praga, con su proyecto de reforma de las ciencias sociales.

Desde la Universidad Carolina, Patocka, discípulo de Husserl y Heidegger, pensaba que la educación superior debía estar regida por el humanismo “cristiano existencial” y no por el marxismo-leninismo. Tanto en el capitalismo como en el socialismo se rendía un culto a la técnica que deshumanizaba la vida. En la dramaturgia de Vaclav Havel y en las novelas de Milan Kundera se postulaba lo mismo: un rescate de la dignidad humana, frente al poder estadocéntrico y la moralidad comunista.

Lo que Dubcek quería decir con la expresión “rostro humano” era un socialismo reformado en el que se abrieran las libertades de asociación y expresión, el pluralismo político, la tolerancia religiosa y una limitada autonomía empresarial. Pensaba el líder checo que eso era posible a partir de una renegociación de los vínculos de Checoslovaquia con el bloque soviético. No buscaba Dubcek la ruptura con Moscú, como prueban sus constantes visitas al Kremlin en aquellos años.

El avance de las reformas fue disparejo, pero el fin de la censura propició un clima de crítica a la dominación soviética, que fue aprovechado por publicistas como Ludvik Vakulik, que denunciaba el conservadurismo de la nomenclatura checa. Los jóvenes checos se radicalizaron ante la moderación de sus líderes y las demandas de Dubcek fueron rebasadas por un proyecto democratizador más profundo.

La represión, sin embargo, fue brutal con ambos grupos, los radicales y los moderados. Más de 200,000 efectivos del Pacto de Varsovia, soviéticos, alemanes, polacos, búlgaros y húngaros, salieron de Bratislava con miles de tanques y arrasaron Praga. La osadía de Praga era inadmisible y todos los miembros del bloque soviético, incluyendo la Cuba de Fidel Castro, tuvieron que justificar la represalia.

Tras la invasión, a Dubcek lo destituyeron y lo enviaron como embajador en Turquía, donde no duró mucho. El líder checo pasó sus últimos años como funcionario de una pequeña empresa forestal, hasta que la revolución de terciopelo lo reivindicó en los 80. Mijaíl Gorbachov llegó a reconocerlo como precursor de la glasnost soviética.