Elefantes

Elefantes
Por:
  • larazon

Fernando Escalante Gonzalbo

Como objeto el libro es bastante feo, con tapas de cartoné de un color amarillo sucio, y en la portada la silueta de un elefante a través de la cual se ven las teclas de una máquina de escribir. El título es La memoria de las palabras , imagino que lo del elefante tiene que ver con eso. Figura como autor Porfirio Muñoz Ledo.

La cuarta de forros es verdaderamente alocada: “obra esencial para reconstruir las claves del debate intelectual y político de nuestro tiempo… libro único… de enorme utilidad y de consulta permanente…”. Todo eso se explica porque se trata de “la quintaesencia del pensamiento político de Muñoz Ledo… los memorables aforismos de quien es considerado el político más brillante del México contemporáneo… ideas que sólo él sabe expresar de manera inteligente, breve y definitiva”. Pasado el aguacero, uno abre el libro con un poco de miedo, cuidadosamente. Aparecen enseguida las frases esenciales, definitivas, únicas, memorables: “El objetivo del debate es convencer a quien lo escucha a uno”. Es para rumiarla un fin de semana largo, para ir desentrañando su luminosa complejidad.

Pero hay muchas más de donde salió ésa. La quintaesencia de la quintaesencia: “El objetivo de un hombre de izquierda es convertir su mensaje o propuesta en mayoritaria y gobernar con ella”. Eso a diferencia de los que no son hombres de izquierda, o no tienen objetivo, o no llevan mensajes. Para dos fines de semana —y con ayuda del diccionario.

Brillan de vez en cuando frases enigmáticas, oraculares, con ese lirismo entrañable del patio de la escuela el día de honores a la bandera: “Una antigua profecía maya decía que el quetzal sería el lazo de unión entre el águila y el cóndor. Que así sea”. Seguramente lo que el editor encuentra memorable son esas frases, que a fuerza de ser oscuras parecen profundas. Que así sea. Pero en cuanto se abandona la ornitología maya se va directo al disparate: “Necesitamos fortalecer el peso mexicano, anclarlo y fortalecerlo con acuerdos latinoamericanos, que nos conduzcan a una moneda única”. Ni siquiera es una idea, sólo unas cuantas palabras puestas juntas por inercia, como residuo de alguna fantasía de los años setenta. Algo que da grima.

También tiene sabor de época la afición de Muñoz Ledo por los adjetivos, en retahílas de densidad conceptista: “En la racionalidad de la democracia moderna no hay sitio para los caudillismos elementales ni futuro para la atomización infecunda de las opciones electorales”. No es para que uno se pregunte por los caudillismos sofisticados o las atomizaciones fecundas, la frase no dice nada de cualquier modo —sólo suena. Y hubo un tiempo, el tiempo de Luis Echeverría concretamente, en que todos los políticos mexicanos sonaban así, todos con el mismo sonsonete, el mismo sistema de adjetivación, de oposiciones rotundas: ni continuismo fácil ni rupturismo suicida, ni apertura irracional ni encerramiento provinciano, que servía para subrayar que el PRI estaba siempre en el centro, como solución de una disyuntiva imposible.

En cualquier página, dondequiera que se abra, hay lo mismo: “Con la fuerza de los principios y la serenidad de nuestra firmeza, podemos llegar a donde el pueblo quiera”. Seguramente es un tabique, o una carretilla de mezcla, para reconstruir una de las claves del debate intelectual de nuestro tiempo —pero suena como si fuera otra cosa.

Hablemos un poco en serio. No son aforismos, ni son ideas, ni es un libro en realidad, sino una colección de ocurrencias, juegos de palabras, vaguedades pomposas (¿qué hace uno con algo así: “El consenso es hoy el nombre de la gobernabilidad”?), pedazos de cosas recortados azarosamente, sin que nadie haya siquiera corregido la puntuación. Es imposible saber qué propósito tiene la publicación, ni quién gana algo, pero el hecho de que se ponga a circular eso resulta muy elocuente: alguien piensa que esa nada gomosa, de cartón mojado, es pensamiento político —o piensa que puede pasar como si fuese.

Es verdad, algunas frases dan ganas de citarlas, porque las firma Porfirio Muñoz Ledo: “La congruencia —que es el primero de los valores públicos—debe mantenerse frente a toda adversidad”. O bien: “En México es imprescindible una ruptura radical con el pasado. Impunilandia no puede continuar, porque no prevalecería la nación”. El ingenio es digno de Quevedo, pero es lo de

menos.

Desde luego, es muy posible que ese amasijo sea la quintaesencia del pensamiento de Muñoz Ledo. Incluso sería posible que fuese el político más brillante del México contemporáneo. Da miedo pensarlo.