Esta vida loca...

Esta vida loca...
Por:
  • larazon

Mónica Garza

Hace unos días leí que el cantautor Francisco Céspedes se presentará este mes en su país, Cuba. Me conmovió la noticia porque sé de primera mano lo mucho que esto va a representar para este hombre que ha vivido entre su enorme talento y sus poderosos demonios, lejos de la tierra que tanto ha amado.

Dicen que entre los exiliados cubanos había un chiste que decía “el próximo lechón nos lo comemos en Cuba” y tuvieron que pasar 20 lechones para que Pancho pudiera volver a pisar un escenario en la tierra que lo vio nacer, aprender a tocar guitarra, componer sus primeras canciones y luego partir…

Confieso que guardo en un lugar muy especial el episodio en el que la vida me reunió con Francisco Céspedes. Aquel día me contó que se inició en la música recogiendo las migajas de una clase de piano que no quería tomar su hermana. Que se salía de su casa en las noches argumentándole a sus padres que iba a estudiar con unos compañeros, con los que en realidad se iba de colado a los más célebres night clubs de La Habana, donde aprendió de César Portillo de la Luz, Fran Domínguez y Elena Burke, quienes sembraron en él la semilla del canto y la composición…

“Mi carrera no era popular en Cuba. Yo iba de bar en bar y de pueblo en pueblo… Pero la gasolina nos empezó a escasear mucho y ya empecé yo a decir y a ver entre los mares, como dijo el poeta: ‘hay otro lugar,

hay otros lugares’”.

Fue en 1992 cuando Miguel Ángel Céspedes, popular cantante de La Habana, se vio imposibilitado para cumplir una gira por México. Entonces arregló con los empresarios que su hermano Francisco lo supliera y fue así como Céspedes llegó a su cita con el destino, ya lejos de la isla caribeña.

Tres años después se casó con Marjorie González, una corista cubana que no sólo ha sido el gran amor de su vida, es madre de sus hijos y la musa inspiradora de canciones que se hicieron famosas en la voz de cantantes tan populares como Luis Miguel, a quien el cubano considera su gran golpe de suerte.

Y es que Pancho Céspedes hizo largas antesalas —como él dice— “con mi guitarrita”, hasta que logró que en Warner Music lo escuchara el ejecutivo que casualmente preparaba el siguiente disco de Luis Miguel. Días después, en esas mismas oficinas pusieron a Pancho al teléfono con el célebre cantante, quien personalmente le informó que incluiría en su disco Aries su tema “Pensar en ti”.

“Y empecé a llorar desconsoladamente. En segundos me pasó toda mi historia, mis anhelos y mis sueños. Ahí fue realmente donde empezó mi historia en este país”…

Francisco Céspedes consquistó al público mexicano, al español, al argentino, al chileno. De pronto los más populares cantantes querían tener canciones del cubano, a quien el éxito le llegó a manos llenas y tan de repente que, como suele ocurrir, también se convirtió en su gran verdugo. Su matrimonio se desmoronó y por poco su salud emocional también.

“Empecé a no ser responsable de un don que me dio Dios…

Porque es algo que se te mete dentro del cuerpo, es lo que le dicen adicción, que es la palabra que se utiliza.

La gente lo ve como el diablo dentro de uno, y no, Dios siempre está dentro de uno, el diablo es uno mismo”.

Pero Céspedes venció a ese diablo, su hija y la religión yoruba en la que desde entonces se refugió, fueron su gran impulso. Perdió 30 kilos de peso para enfrentar la diabetes que padece y hoy, desde su casa en Cancún, dedica su vida a su vocación.

“Los miedos se pierden cuando estás en paz contigo mismo. Te estoy diciendo que realmente no quiero morirme pero que le he perdido el miedo a la muerte. A lo inevitable no puedes tenerle miedo porque estás en una angustia perenne y yo no quiero estar angustiado. El tiempo que esté en este paraíso, que ya está aquí aunque parezca un infierno muchas veces, pues que sea con felicidad, tranquilidad y paz”.

Como dirían en Cuba, ¡Qué cosa más grande caballero!...

monica.garza@razon.mx

Twitter: @monicagarzag