Estado, incredulidad y desconfianza

Estado, incredulidad y desconfianza
Por:
  • larazon

Salvador del Río

En su Carta abierta a un joven, André Maurois llama a la construcción de la propia pirámide, en la judicatura, en la diplomacia, en la gestión privada, en el arte, en la literatura o en la administración pública. Si usted, joven, quiere edificar su pirámide, en los tiempos que corren cuídese de ser un político, a riesgo de convertirse en un proscrito.

Para el servidor público, el diputado, el senador, la incredulidad y el desprestigio harán que esa posible pirámide existencial quede trunca si se intenta una participación en buena parte de la organización social. El sospechosismo, ese vocablo acuñado en los últimos años, lo impide.

Véase si no: un funcionario público, pero también el militante de un partido, sobre todo si es del oficial, tiene vedado, entre otras cosas, ser consejero del Instituto Nacional Electoral, del Instituto de Acceso a la Información o a cualquier órgano de supervisión, observación o vigilancia de la gestión del ejecutivo. Pronto, según avanza la idea de la “ciudadanización”, quien haya ejercido una función en la administración o haya sido militante de un partido político no podría acceder a un cargo diplomático, ser ministro de la Suprema Corte de Justicia, del Consejo de la Judicatura o juez de cualesquiera de las instancias del poder judicial.

El funcionario público está marcado por la condena de la sociedad civil. Un hombre o una mujer pueden ser considerados probos y ciudadanos ejemplares mientras no se conviertan en diputado o senador, pues entonces serán unos pillos, vividores, haraganes y zánganos sociales. Al paso que se va, las tan anunciadas y esperadas candidaturas independientes a cargos de elección popular también enfrentarán las barreras impuestas a todo aquel que tenga como antecedente el haber trabajado para un gobierno o haber militado en un partido político; es decir, que se le exija la imposible condición de ciudadano impoluto, libre de toda sospecha.

La incredulidad y la desconfianza acompañan al ejercicio del poder. Algunos ejemplos: el 26 de septiembre de 2014 desaparecen en Iguala, Guerrero, 43 jóvenes alumnos de la escuela normal de Ayotzinapa. Los padres de los jóvenes y grupos de diversas tendencias políticas acusan directamente al gobierno federal y exigen la presentación con vida de los secuestrados. Con elementos de investigación criminal fehacientes, el gobierno federal demuestra que los jóvenes desaparecidos fueron asesinados y que por lo menos dos de los restos localizados corresponden a jóvenes incinerados y tirados al río San Juan, en la ciudad de Cocula. No se lo creen; los interesados en culpar al gobierno se niegan a aceptar la evidencia, que la razón y la lógica indican que ninguno de esos muchachos está con vida después de un año de infructuosa búsqueda.

El despropósito de la insistencia en reclamar la presentación con vida de los desaparecidos es tal que el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, instó en días pasados a los llamados expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos a ir más allá de la negación de la muerte de los desaparecidos y proponer caminos para el total esclarecimiento —y

convencimiento— de la verdad.

Otro ejemplo de incredulidad malintencionada: por primera vez en la historia de los desastres debidos a fenómenos naturales, el gobierno y la población amenazada por el huracán Patricia hicieron frente, con daños mínimos, a la fuerza descomunal de esa perturbación atmosférica, la más poderoso y amenazadora de cuantos se tenga registrado. Así lo constataron la mayoría de los centros internacionales de observación y catalogación de huracanes en el mundo.

El propio presidente de Estados Unidos, Barack Obama, enterado de la magnitud del fenómeno, ofreció por anticipado apoyo a México en la calamidad que se avecinaba. Pero —avieso afán de rechazar cuanto provenga de la autoridad—, surgen las voces que acusan al gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto de haber magnificado la dimensión de Patricia con el fin de atribuirse el resultado de los preparativos y los operativos para la defensa de la población, con afectaciones menores a lo esperado.

La ciudadanización en toda su fuerza detractora, que a la larga, al llevar al ciudadano al poder, terminará por convertirlo en un político profesional y agredido como lo hizo siendo un ciudadano común, crítico del poder.

srio28@prodigy.net.mx