Félix Grande, en memoria

Félix Grande, en memoria
Por:
  • larazon

Beatriz Martínez de Murguía

Pasa la vida y una se va quedando huérfana de quienes contribuyeron a darle sentido, de quienes la hicieron soportable o, simplemente, mejor, vivible. Félix Grande fue uno de ellos y su muerte, hace siete días, duele. Su viuda, Francisca Aguirre, Paca, poetisa también, lo describió el día de su entierro como “un caballero andante que soñaba con que un día los hombres vivirían para ayudarse los unos a los otros y no para despedazarse entre ellos”. No creo exagerar si afirmo que ésa es precisamente la imagen que nos queda de él a quienes tuvimos el enorme privilegio de tratarlo.

Hombre generoso, en la palabra y en el gesto, Félix Grande, Premio Nacional de las Letras en 2004, fue además de poeta, el más reconocido flamencólogo del país y, mucho más importante aún, una gran persona. Escribió, en el mejor castellano, La balada del abuelo Palancas, lo que él llamaba su “memoria histórica” y es también una crónica de la historia de España, el relato de un país, de una generación, quebrado por la guerra civil pero supervivientes en lo más íntimo, en su idea de la justicia, del bien y del mal. Extremeño de nacimiento, vivió hasta los veinte años en Tomelloso, en el centro mismo de La Mancha, perteneciendo así, por derecho propio, a esa España silenciosa y también silenciada por el griterío y el victimismo de los nacionalismos del norte.

En esta semana se han prodigado, como suele suceder cuando alguien reconocido fallece, los recuerdos dedicados a su memoria y todos coinciden en exaltar el hombre que fue, su generosidad extrema con el prójimo incluso desconocido, su impagable bondad, su conmovedora bonhomía. Doy fe, en lo que a mí respecta, que así fue. Defensor apasionado del flamenco en un país que no lo entiende y sigue asociándolo con el folclore más rancio, el gran guitarrista Paco de Lucía le dedicó, en 2004 y con ocasión del Premio Nacional que le había sido concedido, un sencillo y emotivo artículo que llevaba por título “La persona más leal y honesta”. Paca, su viuda, decía también en estos días pasados que era un hombre de palabra, que “cuando daba la mano no hacia falta contrato”, que juzgaba a la gente no por sus ideas sino por sus actos. Profundamente conmovido por el mayor horror del siglo XX, Auschwitz, publicó hace dos años un largo poemario de mil versos, La cabellera de la Shoá, hecho de piedad y de cólera, “las dos emociones fundamentales”, como decía él. Fue lo último que nos dejó escrito. Nos queda, además, el recuerdo de su gesto, de su voz, de su inmensa afabilidad, que nos hace felices, nos consuela.