Filtros

Filtros
Por:
  • larazon

Vale Villa

Ser capaz de distinguir entre lo que debe ser dicho de lo que no, es un síntoma de madurez. Los mapas que delimitan el territorio de lo correcto e incorrecto no solo tienen que ver con restricciones culturales sino también con los contextos. La neta ha sido sobrevalorada; decir todo lo que se piensa no debería ser motivo de orgullo y tal vez sí de preocupación. Elegir qué se dice y qué se calla es una capacidad sofisticada de quien sabe ubicarse para identificar interlocutores, ambientes, grado de tensión y conflictos potenciales.

Muchos pleitos y rencores se originan en hablar demasiado; en tener como religión decirlo todo, como si la autenticidad fuera por sí misma un valor incuestionable.

Quienes no son dueños de sus palabras, las arrebatan; gritan, insultan, atacan, se defienden, rivalizan, opinan, opinan, opinan.

Hablar de más en contextos públicos es un riesgo. Después de unos tragos o en estados de euforia, las personas tienden a hacen confesiones íntimas. Por ejemplo frente a grupos grandes en los que quizá tengan enemigos sin saberlo. O en redes sociales, en donde la sobreexposición de sentimientos y de pensamientos no hace más que degradarlos.

Vociferar, opinar a la ligera, lanzar frases irreflexivas, dejarse arrastrar por las conversaciones dominantes, expresar intimidades…sin que medie la reflexión, es una forma de exhibicionismo, un acto compensatorio del narcisista y falta de autocuidado.

Fallan los filtros de quienes se enganchan con los ataques o con los elogios y responden a todos y cada uno como si en ello les fuera la dignidad y la vida. Jamás el silencio o la indiferencia frente a la estupidez de algunos interlocutores que buscan la provocación, y la encuentran en almas frágiles que no soportan ser interpeladas y que sienten el deber de responder.

No se dice todo ni siempre. Se dicen algunas cosas, a veces, con mesura, filtrando, pensando si se gana más de lo que se pierde al hablar. Y si estas rápidas sumas y restas no cuadran, siempre será mejor callarse, no como acto de sometimiento, sino como ejercicio de autocontrol y sabiduría.

Un “te amo” no debería ser contestado con “yo también” (solo si es cierto). Las frecuentes declaraciones de odio de un hijo adolescente podrían enfrentarse con silencio. Los reclamos de un novio furioso se dejan pasar hasta que la tormenta emocional amaine. Opinar debería ser un ejercicio de rigor intelectual. Una crítica destructiva no se responde, a menos que se trate de alguien cercano. Una pregunta indiscreta, un juicio disfrazado de interés, tampoco.

Si tuviera que elegir entre verborrea y silencio, escojo lo segundo. Es más fácil que un silencioso aprenda a hablar con inteligencia y tino, que un impulsivo verbal entienda el poder infinito de saberse callar, sin sentir que deja de existir. Ser un adolescente a los 40 no debería ser motivo de orgullo para nadie.

*Vale Villa es psicoterapeuta sistémica y narrativa desde hace 15 años. Este es un espacio para la reflexión de la vida emocional y sus desafíos.

valevillag@gmail.com

Twitter: @valevillag