Fuentes consultadas

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Fernando Escalante Gonzalbo

En agosto del año pasado, en Italia, el juez Ferdinando Imposimato publicó un libro titulado: Los 55 días que cambiaron a Italia. Se trata de los 55 días que estuvo secuestrado Aldo Moro, antes de ser asesinado por las Brigadas Rojas el 9 de mayo de 1978. La portada no promete mucho: letras rojas, muy gordas, las fotos conocidas del secuestro, el cadáver de Moro (un curioso sello, donde figura el precio, que dice: “El original. Desconfíe de las imitaciones”). Pero el tema tiene interés, también el autor.

Imposimato fue durante muchos años juez, y le correspondió la instrucción de procesos notables: el secuestro de Aldo Moro, el asesinato de Vittorio Bachelet, el atentado contra el papa Juan Pablo II —después fue senador, presidente honorario adjunto de la Suprema Corte de Casación. Es verdad que los títulos de sus libros no son muy olímpicos: Vaticano: un asunto de Estado, Debía morir, o La república de las masacres impunes , pero una revisión del caso Moro, treinta y cinco años después, por parte del juez de instrucción, merece alguna atención. Bien: es decepcionante.

En el texto se alternan una prosa burocrática, de auto judicial, y la retórica inflada del periodismo de denuncia, con fallidos recursos de novela negra. Todo está dirigido a demostrar una hipótesis: miembros del gobierno, empezando por el ministro de interior, Francesco Cossiga, y los jefes de los cuerpos de seguridad sabían desde el principio dónde estaba encerrado Aldo Moro, y no hicieron nada por salvarlo.

Trescientas páginas después, la hipótesis no resulta más verosímil, y lo que tendría valor en el libro queda muy disminuido —ese clima delirante de los años setenta, de guerrillas, espías, atentados.

A Aldo Moro, presidente de la Democracia Cristiana, lo secuestraron las Brigadas Rojas, una célula dirigida por Mario Moretti. Y lo asesinaron las Brigadas Rojas. Sobre eso no hay duda ninguna. Pero en los 55 días en que estuvo secuestrado Moro escribió numerosas, largas, elaboradísimas cartas a su familia, al gobierno, a los dirigentes de su partido, cartas que los brigadistas entregaron puntualmente a la prensa, y que contribuyeron al dramatismo de una situación inconcebible. El secuestro de Moro se convirtió en el eje de la política italiana en esos meses, el gobierno se mantuvo inalterable en una política de firmeza. Lo decidí, dijo alguna vez el ministro Cossiga, “conscientemente, con la casi seguridad de que significaría la muerte de Aldo Moro”.

La foto del cadáver de Moro encogido en la cajuela de un coche, ese Moro que escribía tan conmovedoramente a su familia, quedó en la memoria, imborrable, de todos los que la vieron. Los italianos apoyaron entonces, apoyan hasta la fecha la intransigencia del gobierno, piensan que era la única opción para defender la democracia. Pero el caso tenía todos los ingredientes de la tragedia griega, incluso el fin inevitable, y todos los ingredientes de las intrigas políticas italianas, más la duplicidad, los tratos siniestros de la Guerra Fría. Y empezaron a circular versiones, revelaciones, testimonios. Y se crearon comisiones de investigación, y se publicaron libros.

Imposimato da cuenta de la presencia de las agencias estadounidenses, y los diplomáticos, en un capítulo de rara fantasía, en que aparecen vinculados los asesinatos de Kennedy y Moro, ambos peligrosos por su ánimo progresista, por su voluntad de dialogar con los comunistas (desde luego, hacen falta riñones para hacer de Kennedy un peligro para el anticomunismo, después de Bahía de Cochinos y de la guerra de Vietnam, pero eso acaba por ser lo de menos). Las páginas dedicadas a la masonería son realmente divertidas. Están luego los soviéticos, que se materializan en un muy probable espía, Sergei Sokolov, que se hacía pasar por estudiante en el curso de Aldo Moro. Y están, con un sabor de época bastante amargo, los vínculos entre las Brigadas Rojas y la Fracción del Ejército Rojo, de Alemania Federal, la OLP, la Stasi, el gobierno de Alemania Democrática. Y por supuesto las iniciativas de la mafia, de la camorra, que se ofrecen para mediar, y salvar a Moro. Se disfrutan mucho los documentos fotocopiados: los informes de policía, los memoranda.

Finalmente vienen los testimonios sobrevenidos en 2008, de dos antiguos policías que dicen haber estado de vigilancia frente al edificio donde estaba Moro, y cuya verosimilitud se sostiene sólo con una pregunta retórica de Imposimato: “¿Qué interés podía tener Ladu en mentir?”.

El caso Moro, como el asesinato de Kennedy, es uno de esos episodios en que se manifiesta el doble fondo de la política, y que quedan como emblema, motivo de especulación durante décadas. Ahora bien, eso se fabrica. Pienso en la prensa de esta semana. Teníamos una noticia muy simple: fuerzas federales detuvieron a un contrabandista, para someterlo a juicio. En tres días, había que dudar de todo. A escoger: 1) no es el Chapo, 2) no fue un arresto, sino una entrega negociada, 3) no fueron fuerzas federales, sino la DEA, 4) no se le va a juzgar, sino a proteger como testigo. Y más. La base en todos los casos era esa nada tan socorrida: “fuentes consultadas”.