Hagamos consultas, pero hagámoslas bien

Hagamos consultas, pero hagámoslas bien
Por:
  • leonardo-nunez

El presidente electo ha señalado una y otra vez que hay dos tipos de democracia: la representativa y la participativa o directa. En la primera los representantes electos son los encargados de la creación de nuevas leyes y la toma de decisiones, mientras que en la segunda los propios ciudadanos toman la cosa pública en sus manos. “No es que la democracia termina y se agota en una elección constitucional y ya”, ha dicho, por lo que hay que fortalecer la participación.

Una parte de la opinión pública se decantó inmediatamente al desgarramiento de vestiduras recordando cómo el populismo se ha aprovechado de mecanismos de la democracia participativa, como los referéndums, para afianzarse en el poder o impulsar saltos al vacío, como el Brexit. Esto es cierto en casos específicos, sin embargo, vale la pena tener en mente que una buena parte de los países democráticos no sólo contemplan reglas de participación directa, sino que las utilizan activamente.

El caso paradigmático de una sociedad moderna que apuesta por la participación directa se encuentra en Suiza. En promedio, un ciudadano suizo acude a las urnas cuatro veces al año para decidir sobre una diversidad de temas: desde la aprobación de reformas constitucionales hechas por el gobierno federal, pasando por políticas públicas del cantón en que vive y hasta decisiones de su comunidad, como la construcción de una nueva escuela.

A nivel federal, hay tres escenarios diferentes para que los suizos voten. En primer lugar, están los referéndums obligatorios, en los que cada modificación a la Constitución hecha por los legisladores debe ser aprobada por los ciudadanos. En segundo lugar, están los referéndums opcionales, en los que cualquier decisión del legislativo debe someterse a consulta si al menos 50 mil ciudadanos firman la petición, por lo que la ley sólo puede entrar en vigor si se aprueba en referéndum. Finalmente, están las iniciativas populares, en las que bastan 100 mil firmas ciudadanas para que un tema tenga que ser consultado y, en caso de ser aprobado, se implemente.

En lo que va de 2018, por ejemplo, los suizos han acudido tres veces a las urnas, en marzo, junio y septiembre, para votar sobre siete temas diferentes a nivel federal: desde políticas de juego hasta la colocación de políticas y derechos para los ciclistas en la constitución. A estas elecciones federales hay que sumar las decisiones locales, como el referéndum en el cantón de San Galo que prohibió el uso en público de burkas hace menos de un mes.

En muchas ocasiones el diseño institucional de la democracia directa ha puesto contra las cuerdas al propio gobierno, ya que sus propuestas o ideas han sido desechadas por los ciudadanos (como cuando rechazaron unirse a la Unión Europea), mientras que en otras ocasiones las iniciativas ciudadanas han obligado a implementar políticas que no se contemplaban. En cualquier caso, lo importante de estos mecanismos es que no están creados para aplicarse a la voluntad del gobernante, sino de los gobernados y, además, están debidamente institucionalizados. Si de verdad vamos a hablar de democracia directa, tomémonoslo en serio y no sólo pensemos en consultas a conveniencia.