Honduras, 1; Chávez, 0

Honduras, 1; Chávez, 0
Por:
  • larazon

Sin pegar un tiro y sin muertos en las calles, Honduras ha cerrado la crisis política que la comunidad internacional contribuyó a exacerbar durante siete meses. El presidente destituido el 28 de junio pasado, Manuel Zelaya, ha abandonado su refugio en la embajada de Brasil para exiliarse en Santo Domingo. Y, Porfirio Pepe Lobo, que ganó holgadamente las elecciones en noviembre, ha tomado posesión el 27 de enero.

Como si nada hubiera ocurrido, las embajadas y la Organización de los Estados Americanos (OEA), que habían suspendido sus actividades en Tegucigalpa, están a punto de levantar las sanciones contra Honduras sin haber obtenido lo que exigían a cambio: la restitución de Zelaya en su cargo, aunque fuera de manera simbólica. Por su resistencia numantina a las imposiciones externas, el país más pobre del continente, después de Haití, ha pagado un costo económico muy elevado, que suma los efectos de un embargo comercial de hecho y la pérdida de varios programas de cooperación.

Algunos comentaristas hablan ahora de una derrota de la democracia y de una “aplastante victoria de los golpistas” que constituye un “ominoso precedente” a favor del regreso de los militares al poder en América Latina. Llegan a esta conclusión errónea porque no toman en cuenta los factores que llevaron a la destitución de Zelaya. El presidente no fue removido de su cargo por los militares, sino por los civiles, que pidieron el apoyo logístico del Ejército para aplicar una decisión tomada por el Congreso y la Corte Suprema. Y Zelaya fue destituido porque, en su afán por seguir los pasos de su aliado Hugo Chávez, violó la Constitución cuando intentó organizar una consulta popular ilegal para modificar el artículo de la carta magna que prohíbe la reelección presidencial.

La comunidad internacional reaccionó con dureza porque no quería dar argumentos a Chávez, Castro, Ortega y los demás protagonistas del “socialismo del siglo XXI”, que no hubieran perdido la oportunidad de acusarla de favorecer la “oligarquía” al permitir el derrocamiento de un Gobierno supuestamente preocupado por los pobres. La Unión Europea y varios países latinoamericanos, empezando por Brasil, se enfrascaron en una lucha estéril contra el presidente interino de Honduras, Roberto Micheletti, que supo manejar la situación con una maestría insospechada.

Quedó claro que el apoyo popular no estaba del lado de Zelaya. Tampoco, quizá, del lado de Micheletti, pero los hondureños no parecían muy dispuestos a tener su propio Chávez y, para ellos, no cabía la menor duda de que Zelaya intentaba manipular las reglas democráticas para perpetuarse en el poder. El venezolano se ha convertido en el ejemplo que quieren seguir los caudillos de la región, empezando por el nicaragüense Daniel Ortega, y que consiste en aprovecharse de los procesos democráticos para socavarlos desde dentro y construir poco a poco un régimen autoritario.

El presidente depuesto y sus partidarios han sido víctimas de sus propias estridencias. Por la boca muere el pez. La vieja retórica simplista empleada por Zelaya y sus aliados da una idea del espíritu democrático que anima a ese sector, cuyo portavoz, el sindicalista Juan Barahona, declaraba hace unos días: “Peleamos por una patria libre de injerencias externas, sin bases militares que sirvan para dañar a nuestros hermanos centroamericanos, sin transnacionales que roben impunemente nuestras riquezas y sin clases políticas que reciban órdenes desde el imperio.” Aquí termina el programa político del líder del Frente Nacional de Resistencia.

A pesar de sus posiciones maximalistas contra el gobierno de Micheletti, la UE y la mayoría de los países latinoamericanos eran conscientes de la amenaza que representaba la alianza Zelaya-Chávez para Honduras y Centroamérica. Deben de estar muy aliviados por haber fracasado en sus intentos de restablecer a Zelaya en el poder. En respuesta a los que hablaron de “golpe de Estado perfecto”, un lector comentaba lo siguiente: “Debe de ser el primer golpe de la Historia que se hace para mantener la legalidad, en vez de para cambiarla.”

No sabemos lo que hubiera pasado si las presiones y las sanciones económicas hubieran dado resultados. Queda claro, en cambio, que Pepe Lobo ha decidido tomar en cuenta los acontecimientos de los últimos meses. Está dando ya señales muy concretas de su disposición a establecer un diálogo con los sectores populares que han sido marginados desde siempre por los partidos políticos tradicionales. En este sentido, el supuesto “golpe perfecto” habrá servido para algo.

bdgmr@yahoo.com

agp