Ilustración cortesana

Ilustración cortesana
Por:
  • armando_chaguaceda

Información es poder. En Cuba, donde unas pocas personas —dos hermanos, sus retoños y algunos administradores de ocasión— han controlado los hilos por sesenta años, poder e información son privilegio de una élite. La masa —dizque pasiva— obedece al poder y consume su información dosificada y esterilizada.

Semejante relato, sin dejar de ser real, va cambiando. En el ámbito de las comunicaciones, pese al persistente retraso tecnológico y conectivo, los cubanos del siglo XXI tienen hoy muchas más opciones que sus parientes de hace veinte años. Pueden, saben y quieren estar mejor informados. Aunque ello suceda de forma fragmentada. Y sus repercusiones no signifiquen, como muchos creyeran o quisieran, empoderamiento.

Porque poder leer el correo del hijo en Miami y chatear con el amigo en Venezuela no equivalen a acceder a las censuradas fuentes independientes de información. Saber conectarse a WiFi desde una Tablet no alfabetiza —en especial a las viejas generaciones— frente a las barreras de una ideología y psicología fundadas en la demonización de lo enemigo.

Pero —y esto es lo más complicado— aun poseyendo información de calidad y sabiendo cómo procesarla hay gente —presa del miedo, la inercia y la simulación— que no parece querer transformarse de súbdito pasivo a ciudadano protagónico. Lógico, dirá usted: si yo viviera bajo ese régimen sería un cínico, un conformista, un sobreviviente. Sin embargo, en otras situaciones, persistir en la actitud del isleño abandonado no es una opción inapelable.

Luego de la reforma migratoria, las academias de EU, Europa y América Latina han recibido —en posgrados o estancias— un número importante de académicos cubanos. No pocos logran un alto estándar profesional, amplían sus conocimientos y permanecen —tras egresar— en sus países de acogida. Algunos incursionan en los terrenos de las ciencias sociales y humanidades. De su seno emerge cierta ilustración cortesana; sui géneris mixtura entre J. Habermas y F. Castro.

Doctorantes que despolitizan, con mil piruetas, sus tesis de ciencias sociales para no hablar mal de la Revolución. Comunicadores que cuestionan el terrible acoso al periodismo alternativo en México, pero callan cuando asedian a sus colegas dentro de Cuba. Remozados comisarios que disertan —Souza Santos mediante— sobre una criolla (e irreal) democracia participativa, ante la cándida audiencia de un foro centroamericano. Gente toda que, por pasiones o cálculos, legitima y amplifica el discurso oficial cubano. Gente alguna vez humillada, en carne propia o cercana, por el mismo despotismo al que ahora sirve. Gente que pudiendo y sabiendo desempeñarse dentro de una sociedad abierta quiere bailar al son del estalinismo 2.0. Eso sí: siempre con el dinero y el encanto de las burguesías, nunca bajo los rigores de Pyongyang.

No se trata de la utopía comprensible de un joven gramsciano, enfrentando molinos en alguna desvencijada facultad habanera. En la isla hay intelectuales, activistas y periodistas que, desde la izquierda, transforman —como pueden— mentalidades y comunidades frente al capitalismo autoritario. A ellos y a quienes en la diáspora sostenemos una postura crítica del régimen cubano, la ilustración cortesana nos daña. Por su sola presencia. Por su capacidad para disfrazar, copar, mentir, callar. Por su corrupción de la libertad.