Inercias

Inercias
Por:
  • larazon

Escribe Jesús Silva-Herzog Márquez, en su columna del lunes pasado en Reforma, que el nuestro es un pluralismo sin calado, epidérmico: “los votos castigan y premian […] pero debajo de ese flujo de recompensas y escarmientos se solidifica un extensísimo territorio inmutable. Bajo la sociedad abierta de los votos, la sociedad cerrada de los intereses petrificados”.

Escribe Héctor Aguilar Camín, en su columna del miércoles en Milenio, que el presidente Calderón no parece dispuesto ni a la menor audacia: “percibo, como muchos, una indefinición del gobierno sobre el horizonte de debilidad en que lo dejan los resultados electorales de julio. Percibo también síntomas de un enconchamiento defensivo en la trinchera reforzada de los leales”.

Y escribe Luis F. Aguilar, en su columna del mismo miércoles en Reforma, que nuestra sobredosis cotidiana de “malas noticias y opiniones calamitosas” comienza a producir una rutina perversa: “la costumbre de pensar que la realidad del país es así y no puede ser de otra manera y la costumbre de volvernos distantes e indiferentes” ante ella.

He ahí, en tres trazos, la narrativa más acabada de nuestro presente. Un presente que hemos convenido relatar en función de inercias: las de los intereses intocables (monopolios, televisoras, partidos, sindicatos), las de un gobierno impotente (porque no tiene mayoría en el Congreso, porque las finanzas públicas están colapsadas, por el estilo personal de gobernar en turno) y las de una sociedad derrotada por tantos problemas (pobreza, crimen organizado, desempleo, corrupción, influenza, etc.).

Se trata de un relato en el que las inercias se refuerzan entre sí, no sólo para que todo se conserve como está, sino, además, para que no nos quede más que resignarnos. Porque los “costos” son demasiado altos, porque no existen las “condiciones” o los “incentivos”, porque falta el “liderazgo” o el “proyecto de nación”, porque la “cultura política”... en fin, porque aparentemente no hay fuerza que pueda alterar el estado de cosas.

Sospecho, sin embargo, que la inercia está sobre todo en esa manera de interpretar nuestra circunstancia. En la perspectiva desde la que miramos al país, en la impaciencia de que no sea lo que quisiéramos, en la frustración que nos provoca lo que es. ¿Hay mayor inercia que la de contarnos nuestra historia como la de una desesperante colección de inercias?

Y es que, para decirlo a la manera de Fidel Velázquez (que algo sabía al respecto), llevamos doscientos años diciéndonos que las cosas no pueden seguir así.

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fdm