Khadafi y sus amigos

Khadafi y sus amigos
Por:
  • larazon

En las últimas semanas hemos leído muchos artículos que cuestionan el entendimiento de Europa y Estados Unidos con el régimen dictatorial de Muamar Khadafi en los últimos veinte años. Un entendimiento que, como se sabe, descansa sobre los intereses económicos de esas regiones en el petróleo libio y que no es el único de su tipo en la historia reciente de las relaciones internacionales europeas y norteamericanas.

Es cierto que ha habido una recuperación y hasta una normalización del liderazgo de Khadafi, sobre todo en Europa, en las dos últimas décadas. Pero, aunque titubeante, la reacción de todos los gobiernos europeos y de Washington contra la represión de opositores en Bengasi y Trípoli ha sido mayoritariamente adversa. Europa y Estados Unidos se han tardado, tal vez, en concertar políticas regionales frente a la revolución libia, pero tampoco se han puesto del lado del dictador.

Sólo tres líderes latinoamericanos lo han hecho: Fidel Castro, Hugo Chávez y Daniel Ortega. El respaldo de estos al dictador libio también se basa en intereses económicos concretos, pero posee un elemento geopolítico que no habría que subestimar. Los dictadores tunecinos y egipcios, Ben Alí y Hosni Mubarak, tenían una larga tradición de entendimiento con las potencias occidentales. Khadafi, sin embargo, proviene de una historia sumamente conflictiva con Occidente, que incluye el bombardeo de Bengasi y Trípoli ordenado por Ronald Reagan en 1986 y varias resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a principios de los 90.

Es esa historia la que intentan reivindicar Castro, Chávez y Ortega, a pesar de que el mejoramiento de las relaciones de Libia con Estados Unidos y Europa en los últimos años no les pareciera cuestionable en modo alguno.

Ese pasado de conflictos con Occidente es el vínculo simbólico, que unido al petróleo, identifica a los dirigentes cubanos, venezolanos y nicaragüenses con el dictador libio.

El diferendo con Estados Unidos es el elemento determinante de la política exterior de esos tres gobiernos latinoamericanos. La geopolítica llega a ser tan decisiva para ellos que la matanza indiscriminada de civiles o la caricatura de los opositores como jóvenes drogados, al servicio de Al Qaeda, pasan a un segundo plano y la revolución libia, de factura similar a la tunecina o la egipcia, se convierte en un conflicto entre un pequeño país árabe y el gran imperio occidental.

Si Khadafi hubiera sido siempre amigo de Occidente, si no hubiera pasado por aquel momento nacionalista de los 70 y los 80, hoy Castro, Chávez y Ortega estarían condenándolo, como hicieron con Ben Alí o con Mubarak.

Estar a favor o en contra de Occidente o, más específicamente, de Estados Unidos, es la brújula que orienta la política exterior de esos gobiernos de la izquierda latinoamericana.

rafael.rojas@3.80.3.65