La boda

La boda
Por:
  • larazon

Gil Gamés

Convocado por amigos verdaderos, Gil viajó a Oaxaca a la boda de Quijas y Vania, como se les conoce en la cosmopolita ciudad del mole negro. El editor de Almadía lucía una guayabera blanca de finas telas importadas de Yucatán. Ella, un vestido de novia traído de islas lejanas que flotan en el Pacífico, no las Marías. 600 invitados, calcula Gamés, asistieron al Jardín Botánico que surgió de la imaginación de Francisco Toledo. Riachuelos de champaña, afluentes de whisky, sí, obvio, Glenfiddich, 12, pero nada le hace, ríos de vino tinto y blanco de algún rincón del Duero. A Gil le dio por la champaña.

Un menú de tres platos de la cocina oaxaqueña ocupó las mesas de los felices comensales. Carne, tan buena que parecía traída de París; pescado, tan fresco que parecía de la Central de Abasto, sopa de guías, con sus bolas de masa. En realidad Gamés no recuerda muy bien lo que comió. De lo que sí se acuerda como si fuera ayer (¿fue ayer?) es el momento en que se oyeron los acordes de “Lovisindier”, la gran melodía que inmortalizó a John Paul Young. Gil Gamés, a la pista.

Gamés había olvidado que era y es un gran bailarín. Alberto Ruy Sánchez bailaba como un trompo chillador arriba de una mesa. Gamés jura y perjura que Ruy Sánchez bailaba sobre la mesa con Nubia Macías llevado por ritmos frenéticos. Vivian Avenshunshan, de la mano de Gil, iba y venía como una barca sobre las olas. Juan Villoro charlaba sobre el amor. Mariana H. cantaba “La vida es un carnaval”. Guillermo Fadanelli se ocultaba bajo la sombra de su sombrero panamá (som-som). Francisco Hinojosa y Tania se miraban a las pupilas, arrobados. Servín, Esquinca, González Torres, Trujillo, Amara, bebían vulgares cervezas mientras Gamés mostraba su copa de champaña a la multitud enardecida. Jorge Fernández abrazó a Gamés con la intensidad de un osezno.

Alguien hizo este comentario: no parece una boda, más bien una feria del libro. Ah, ni un político, ni un maestro de la CNTE. Gilga ignora qué quiso decir con esto, pero así fue. Fabrizio Mejía le proponía matrimonio a Marcela con palabras de seda en el oído izquierdo; Leonardo Dajandra hablaba de la filosofía y Agar brindaba con champaña y con Gamés. Los poetas intercambiaban frases con los narradores, los narradores con los editores, los editores con los ensayistas, los ensayistas con los pintores de Oaxaca, éstos hablaban consigo mismos, en fon.

Guillermo Quijas y Vania hacían el rondín de la boda en cada mesa. Jorge Fernández Granados se adentraba en el yo poético y Claudia Posadas, su bella pareja, le acercaba la copa a los labios. Ah, l’amour. Gil le contó a Fernández Granados la anécdota de Borges en un taxi, en Buenos Aires. El taxista le pegunta a Borges: ¿usted es ciego? Sí, ciego. El taxista: ¿no puede leer? No puedo leer. El taxista: ¿ni los periódicos?

El cielo de azul de Oaxaca le disputó a las sombras hasta el último destello de la tarde rumbo a la noche. Oh, sí. Gil tuvo miedo de espinarse con los cactos del Jardín Botánico, miedo de pisar las artísticas piedras de las veredas que inventó Toledo. En un momento dado (grandísima muletilla infame), la señora Gamesa, ataviada con un finísimo vestido de la Quinta Avenida (qué, en serio, no sean envidiosos), le dijo a Gil que si bebía una copa más de la champaña, finos hilillos ambarinos le saldrían por las orejas. Entonces, ¿tendremos que poner fin a tanto y tanto? Mucho me temo que sí. Gil cantó: una noche tibia nos conocimos, junto al lago azul de Ypacaraí. ¿Era lago? Tú cantabas triste por el camino, viejas melodías en guaraní. Y con el embrujo, en fon.

Cuentan que Jerry Lewis decía: “Seguramente habrá muchas razones para los divorcios, pero la principal es y será la boda”.

Gil s’en va

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Twitter: @GilGamesX