La broncomanía que viene

La broncomanía que viene
Por:
  • larazon

Salvador del Río

Producto del escepticismo que anuncia el ocaso de los políticos y sus partidos, surge en México una ola pretendidamente ciudadanizante que conforma un fenómeno en la conciencia colectiva, al que bien podrá llamarse broncomanía.

Con el ejemplo del gobernador de Nuevo León, Jaime Rodríguez, apodado El Bronco, crecen las voces de quienes opinan que con la sola llegada de candidatos independientes se podrá terminar con la pobreza de los partidos políticos, con la corrupción y, en suma, con la partidocracia.

Se manifiestan ya en el horizonte los nombres de posibles candidatos sin partido, o bien de algunos que al no obtener la nominación de su partido, en vez de emigrar hacia otros como tantos lo han hecho, optarán por “la libre”.

Pero resulta que apenas remontada esa corriente alentada por el ejemplo del primer gobernador no postulado por un partido, se comienza a advertir que el personaje no es, ni tan apartidista ni tan ajeno a las inveteradas prácticas de la política tan criticadas por quienes esperan una nueva era en la gestión de la cosa pública.

Llegó El Bronco a su toma de posesión del gobierno de Nuevo León, rodeado de una intensa cobertura mediática, a caballo y con atuendo muy al estilo Vicente Fox, proclamando que de uno o varios plumazos acabará con la corrupción, el amiguismo y el dispendio y mal uso de los recursos públicos. Populismo puro, y del peor.

Horas después de su montaje protagonista, Jaime Rodríguez dio a propios y extraños una muestra de lo contradictorio que puede ser su gobierno: una de sus primeras disposiciones fue el nombramiento como secretario de Desarrollo Sustentable al vicepresidente de la empresa Javer, la misma que durante su gestión como alcalde de García fue beneficiada con varias concesiones para la construcción de conjuntos habitacionales a los que se opuso la población. Javer tiene una demanda penal por despojo en Nuevo León y enfrenta juicios similares en otras partes del Estado. Amiguismo, “cuatismo” puro que exhibe desde el comienzo el gobernador “independiente”, en realidad tránsfuga del PRI al que siempre perteneció.

La descomposición de la política y la falta de representatividad de los políticos no se manifiesta sólo en la confusión del verdadero significado de las candidaturas “independientes” a los cargos de elección popular; ni éstos ni los que desde hace años emigran a otros partidos pueden garantizar a la ciudadanía autenticidad alguna en convicciones ideológicas ni programáticas, si es que alguna vez las han tenido. Más aún: la ciudadanía tiene la posibilidad de reclamar al partido que postuló a uno de sus miembros, pero no habrá nadie a quien reprochar, o castigar con el voto, en el caso de los independientes.

En los primeros comicios en los que han sido elegidos candidatos sin partido se puede observar que los resultados no responden a las expectativas generadas ante los electores. El caso del Bronco es un ejemplo patente desde el comienzo de su administración. También lo son el del diputado por un distrito de Sinaloa, Manuel Clouthier, quien por más que afirme lo contrario no deja de ser un renegado, un resentido por no haber sido postulado por Acción Nacional, lo mismo que Cuauhtémoc Blanco, alcalde electo de Cuernavaca, postulado por un ignoto partido del Estado de Morelos, pero en realidad un candidato independiente; su ignorancia al grado de llamar “estado” a la ciudad que va a gobernar es patética.

Las elecciones en doce estados de la República que tendrán lugar el año próximo estarán sin duda pobladas por candidatos “independientes”; algunos habrán abandonado sus partidos; otros se dirán miembros de la sociedad civil, apolíticos que en su aspiración a un cargo popular se convertirán en políticos, tan o más ineptos que muchos profesionales de larga trayectoria, émulos del decepcionante Bronco, en cuyas virtudes de redención de la política cada vez son menos los que creen.

srio28@prodigy.net.mx