La crónica de aquel 11 de septiembre

La crónica de aquel 11 de septiembre
Por:
  • larazon

Salvador del Río

Éstas son mis últimas palabras

y tengo la certeza de que por

lo menos serán una lección moral

que castigará la felonía, la

cobardía y la traición

Salvador Allende, minutos

antes de su muerte

en el Palacio de La Moneda

Frente al Presidente Enrique Peña Nieto, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, expresó un reconocimiento a México y a su política exterior, al recordar las acciones diplomáticas que permitieron el otorgamiento de asilo a miles de perseguidos tras el golpe de Estado del general Augusto Pinochet en el aciago septiembre de 1973.

Justo reconocimiento, que sin embargo —olvidos de la historia— no evocó el mérito del gobierno de aquella época, encabezado por el presidente Luis Echeverría.

Se escribió entonces uno de los capítulos más brillantes de la tradición de la diplomacia mexicana, que culminó con la suspensión de relaciones con el gobierno golpista y un exilio que confirmó el valor de sus principios.

Con base en testimonios del entonces embajador de México en Chile, Gonzalo Martínez Corbalá, y del propio Luis Echeverría, en el libro Proceso contra la historia, de Salvador del Río, se recogen los momentos del rescate, que por instrucciones del presidente se logró, de esos miles de refugiados y del intento por incluir entre los asilados al poeta Pablo Neruda, fallecido pocos días después del golpe de Estado.

El texto es de ese documento histórico es el siguiente:

Tres días después del ataque al Palacio de La Moneda en el que el presidente de Chile, Salvador Allende, perdió la vida, la noche del 11 de septiembre de 1973 el presidente Luis Echeverría instruía al todavía embajador de México en ese país, Gonzalo Martínez Corbalá. A la una de la mañana del día siguiente estaría en el hangar presidencial un avión militar, un transporte de gran capacidad, que lo conduciría a Santiago. El embajador había llegado esa misma mañana en otro avión procedente de la capital chilena con varias decenas de refugiados a quienes él y personal de la embajada habían dado asilo, la mayoría huyendo de la persecución del ejército y la policía en las horas que siguieron al golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional. Entre los transportados por el embajador Martínez Corbalá se encontraban la señora Hortensia Bussi, en ese momento ya viuda del presidente sacrificado, su familia y funcionarios del gobierno depuesto manu militari. En principio, la señora Bussi había manifestado su negativa a ser trasladada a México. Permaneceré aquí, para luchar, dijo. A su llegada a la capital mexicana, el presidente Echeverría y su esposa la señora María Esther Zuno de Echeverría encabezaron la emotiva bienvenida que se dio en el aeropuerto a los primeros exiliados después del golpe que derrocó al Presidente Allende.

En la embajada de México en Chile se encontraban cerca de quinientos perseguidos por las fuerzas militares; había que procurar su asilo, explicó el embajador al Presidente. La disposición para hacerlo fue inmediata y precisa por parte del Presidente, seguida de otra instrucción: “Busque usted a Pablo Neruda. Tengo entendido que su salud no está bien. Ofrézcale a él y a su esposa Matilde la hospitalidad de México y la protección que sea necesaria”.

El gobierno Mexicano “practica la Doctrina Estrada, es decir, que no califica ni descalifica a otros gobiernos, sino que, en ejercicio de su soberanía, decide con cuáles mantener o no relaciones diplomáticas”, dijo el embajador a los periodistas que en una escala en Lima, Perú, lo interrogaban sobre una posible ruptura diplomática con el gobierno de Augusto Pinochet. Las relaciones se mantuvieron, a nivel de encargados de negocios, con el objeto de facilitar el asilo de los cientos de chilenos que demandaban refugio en la embajada. En febrero del año siguiente esas relaciones

fueron suspendidas.

Comenzaba así uno de los capítulos más significativos de la política exterior de México, en la que ha destacado por su defensa y práctica del derecho de asilo. En 1939 el Presidente Lázaro Cárdenas había dado refugio a más de treinta mil republicanos españoles. Se estima que en 1973 y los meses que siguieron al golpe de Estado llegaron a México más de tres mil chilenos, que con sus familias elevaron el nímero a más de diez mil, muchos de ellos atendidos personalmente por la señora María Esther Zuno de Echeverría.

El embajador Martínez Corbalá cumplió la misión encomendada. Al día siguiente de su llegada a Chile quiso visitar a Pablo Neruda y a su esposa Matilde en su casa de Isla Negra, pero el poeta estaba ya recluido en un hospital de Santiago. En principio rechazó la hospitalidad ofrecida, finalmente la aceptó, con la salvedad de que su estancia sería como huésped, no como refugiado. La salida sería el sábado 22, pero a última hora Pablo Neruda pidió cambiar el viaje al lunes 24. El domingo 23 falleció en la clínica donde era atendido.

 Gazapos. Es frecuente escuchar o leer en los medios de comunicación una forma de construcción de la oración, más que irregular, un absurdo: el presunto autor del delito, del que no se conoce su nombre, se dio a la fuga.

Se olvida así, o se ignora, la función del pronombre relativo cuyo, que sirve para dar paso al complemento del sujeto. La construcción correcta sería: el autor del delito, cuyo nombre no se conoce (o se desconoce), se fugó. “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme”, comienza el texto de Miguel de Cervantes Saavedra, ejemplo del buen romance a través

de los siglos.

srio28@prodigy.net.mx