La educación emocional

La educación emocional
Por:
  • Martin-Vivanco

Es ya lugar común decir que la política y los políticos han dejado de emocionar. Cada vez en más lugares escucho decir cosas como: “es que tal o cual político no conecta, no emociona” o, “lo que no entienden los políticos es que la gente vota –y aprueba un gobierno- con el corazón, con el estómago, y no con la cabeza”. Por ende, parecería que el político debe volverse una

emoción, y las fibras de la política en vez de racionales deben ser emocionales. No creo en tal dicotomía.

En primer lugar hay una confusión sobre el concepto mismo de emoción. Parecería que éstas son impresiones que nos llegan como un relámpago y a las cuales, como seres humanos, estamos irremediablemente subyugados. Bajo esta óptica, las personas somos meros esclavos de nuestras pasiones, sin control sobre sus consecuencias en nuestras vidas. No es una idea

descabellada. Eso pensaba David Hume, que podía ser todo, menos tonto. Sin embargo, un análisis más fino nos deja ver otra faceta de las emociones. Casi toda emoción conlleva un juicio acerca de algo o alguien. Si usted siente “celos” de alguien es porque ha evaluado la situación de cierta persona y ésta lo hace sentir despreciado con respecto a alguien más. Esto conlleva un juicio -es decir, un proceso racional- acerca de la conducta de su ser querido y del

tercero –o tercera- en discordia. Usted debe evaluar la situación echando mano de una red de creencias ya establecidas. Y esas creencias se forman a través de la razón: la conducta de su ser amado será juzgada por usted, y para esto, debe hacerse de una serie de razones para concluir que la conducta de él o ella es reprobable o no. Si lo dejó plantado, lo vio con alguien más caminando en el parque, o besando a otro y/u otra, éstas razones devendrán en “celos”, y los éstos últimos serán la conclusión de un proceso racional. Sin embargo, los “celos”, aunque producto de ese proceso, son considerados como emociones. Y es que también van acompañados de una dosis enormes de sensaciones, éstas sí, compuestas meramente de

reacciones fisiológicas. El vacío en el estómago, la ansiedad, la tensión muscular, y el insomnio son precisamente eso: sensaciones que también conforman la emoción misma. Por lo tanto, una emoción no es meramente pasión sin control, sino también razón.

Entonces, ¿qué se quiere decir cuando se le reclama a la política y a los políticos ese vacío emocional? Dos cosas. Una, que, efectivamente, muchos políticos han dejado de emocionar en el sentido de provocar sensaciones positivas. Pululan los discursos acartonados, las cifras frías, las abstracciones, los titubeos, y la falta de sentido del humor. Y esto aburre. Es mucho más

atractivo escuchar y cantar “Desss-pa-ci-to” que escuchar un discurso sobre la inflación o la estabilidad macroeconómica. Pero también, y lo tengo que decir, no es nada fácil ser lo contrario. A menos de que uno sea Obama o Trudeau, es muy difícil competir con el atractivo de Justin Bieber o Maluma. Además, hay algo que se nos escapa cuando evaluamos a nuestros políticos: la política es cosa seria, y no entretenimiento. Del político simpático y simplón, al payaso populista hay muy poco trecho. Es un equilibrio que debemos cuidar. Por ende, el político debe transmitir no sólo sensaciones sino también pensamientos. De esta manera política cumplirá mejor su función: la de racionalizar las emociones.

Dos: me pregunto ¿qué tan erosionada está esa red de creencias con la que evaluamos a los políticos? Antes había debates –esos sí emocionantes- en torno al modelo de Estado, de gobierno, de la política pública a adoptar. Antes nos debatíamos entre utopías: el marxismo o el capitalismo, y los jóvenes atestaban las calles por defender tal o cual monumento ideológico. Hoy los monumentos son ruinas, las ideologías, plastilina; y vale más una foto, un video, un post, que una idea sobre qué hacer por el Estado, por el gobierno, por el bienestar de la gente. Adolfo Suárez no era carismático ni simpático, y logró la transición democrática de España; Helmut Kohl era todo menos afable o popular, y logró la unificación alemana. Los dos fueron

homenajeados después de su muerte. En la época del instante, de la demanda de emociones sin cesar, parafraseando a Falubert: necesitamos una nueva educación emocional.

Email: martin_mvp@yahoo.com

Twitter: @MartinVivanco