La izquierda ante la tormenta

La izquierda ante la tormenta
Por:
  • Pacotest

Albert Camus fue quien mejor comprendió la necesidad de colocar a la libertad como uno de los ejes del pensamiento y de la acción de la izquierda.

La libertad, después de todo, es una de las premisas de la democracia, ya que sin ella no existen controles al poder político y no hay posibilidad de un desarrollo en el que existan la deliberación y la construcción de alternativas.

Definir a la izquierda importa, porque hay que distinguirla de movimientos o de regímenes retrógradas, ajenos a la búsqueda de la igualdad e intolerantes a la crítica.

Hace algunos años, allá por el final de los ochenta, Norberto Bobbio publicó un pequeño texto que me parece clarificador al respecto: ¿Por qué somos reformistas?

La respuesta era tan sencilla como reveladora: somos reformistas porque queremos ser más iguales, en algunas cosas, porque buscamos la mejoría de las políticas públicas para el beneficio de los ciudadanos, donde la preocupación por lo social es fundamental y cuando la búsqueda del poder sólo es legítima por la vía de las urnas.

A ello hay que sumar posiciones claras sobre los derechos de las mujeres, de las minorías y los que tienen que ver, por supuesto, con la libertad de expresión.

Todo esto está atado, además, a la consolidación de una sociedad de derechos.

Ahí está la esencia, creo yo, de la socialdemocracia y también su oportunidad, en un escenario en el que priva la confusión y en el que se han dejado de discutir los proyectos, dando paso prominente a las personalidades y, peor aún, a los caudillos.

Esa izquierda, la socialdemócrata, tiene una larga tradición democrática en el mundo y ello es evidente también en la historia de nuestro país.

Tan sólo este año se aprobó y publicó la Constitución de la Ciudad de México, un viejo anhelo que condensa historias y trayectorias. La búsqueda de mayores espacios de decisión ciudadana es una agenda que tiene que ser valorada.

Estamos atravesando a nivel mundial por una gran ola populista que amenaza con arrasar muchas de las fortalezas de las viejas democracias. Es un momento inquietante del que dependerá buena parte de nuestro futuro y el de las próximas generaciones.

Enfrentar este reto no es sencillo, porque quienes promueven salidas mágicas a los problemas lo hacen abrevando del descrédito de la política. Saben utilizar los resortes de la fe y esto lo hacen, muchas veces, a costa de la propia verdad.

Las viejas democracias se ven cansadas ante el ímpetu de quienes “inaugurarán” nuevas auroras y nos devolverán a un pasado idílico y que, por supuesto, jamás existió.

Hay que recuperar, por supuesto, a la buena política, hay que dotarla de su capacidad de transformación social y es ahí donde una izquierda comprometida con la libertad tiene todavía mucho qué decir y aportar.