La marcha de las mujeres

La marcha de las mujeres
Por:
  • valeria_lopez_vela

La reconfiguración del mundo está cambiando. No hace falta ser un iluminado ni tener una mente preclara para escuchar que las notas del pentagrama se han ajustado: se anuncia un nuevo tono y hay un nuevo ritmo.

A escala mundial el caso más visible es el lugar social de las mujeres que, desde el siglo pasado, ha estrenado nuevos caminos: el derecho al voto, la participación política, la liberación sexual, la incorporación a la vida laboral.

Sin embargo, aún quedan pendientes en la agenda. La violencia —en todas sus manifestaciones— es el asunto que es más urgente atender y solucionar. El acoso —laboral, sexual, cibernético, escolar o físico— es una de las formas en las que se materializa dicha violencia, aunque no es la única.

Durante las últimas semanas varios movimientos mundiales han sonorizado la terrible realidad que sufríamos las mujeres: el acoso sexual. Este modo de violencia fue un secreto a voces, una práctica tolerada y solapada en todos los ambientes –laborales, escolares o familiares– que, en enero de 2018, encontró su punto final. Este año las mujeres nos propusimos acabar con la normalización de todos los tipos de acoso; en especial el sexual.

La discusión entre el feminismo americano —representado en el movimiento #Metoo— y el feminismo francés —con todo y manifiesto— ha sido el vértice de la discusión. Pero, seamos francos, creo que todas las personas somos capaces de distinguir entre acoso y seducción. En mi opinión, no debemos trivializar el debate pues lo que está en juego es la validación de un modo de violencia que ha causado tanto dolor a tantas mujeres por demasiado tiempo.

Los feminismos se oponen a la dominación y a los modos estereotipados de conducta; por ello cada mujer debe saberse libre de elegir el modo en el que elige enfrentar el acoso. Algunas optan por la denuncia pública; otras toman medidas legales; las más guardarán silencio en lo que encuentran el momento adecuado y la solución para ellas. Y todas las respuestas serán correctas mientras se hagan desde la autenticidad del corazón sin comprometer la verdad. Imponer una respuesta única es traicionar las raíces del feminismo, es volver a la domesticación de las mujeres. Y eso, en 2018, ya no se vale.

El feminismo es un discurso ganador, pero aún hace falta crear los mecanismos políticos, jurídicos y culturales que lo respalden. En ese sentido nuestro país tiene mucho por hacer. De acuerdo con datos de las Naciones Unidas, hay siete feminicidios por día. La cifra es alarmante y desesperanzadora si la contrastamos con la tasa de impunidad. Además están los casos de trata, la brecha laboral, la situación de las trabajadoras domésticas, el matrimonio de niñas y un largo etcétera que los precandidatos han preferido obviar. Al hacerlo se equivocan dos veces pues faltan a la justicia y se muestran sordos a los acordes de los nuevos tiempos.